El 21 de mayo de 1962 Nikita Krushchev, presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, presidió en Moscú una reunión del Consejo de Defensa. Temía que una invasión a Cuba, su aliado, humillara a la URSS; temía también que esa humillación fuera usada por China para debilitar el liderazgo de su país en el mundo comunista. Propuso instalar misiles nucleares en Cuba para disuadir a Estados Unidos. Rodion Malinovsky, ministro de Defensa, y Matvei Zakharov, jefe del Estado Mayor, detallaron en un documento, fechado el 24 de mayo, el envío a Cuba de una división del Ejército Rojo para operar 60 misiles balísticos en la isla: la Operación Anadyr. Krushchev escribió “acordado” y firmó el documento, que abajo firmaron otros quince dirigentes de la URSS. El 29 de mayo, el general Sergey Biryuzov, comandante de las Fuerzas Soviéticas de Misiles Estratégicos, disfrazado como experto en agricultura, aterrizó en La Habana. Tuvo un encuentro con el comandante Fidel Castro, a quien le transmitió la propuesta de Krushchev. Fidel la aceptó de inmediato. Así lo relata el artículo “Blundering on the Brink” de Sergey Radchenko y Vladislav Zubok publicado este mes por la revista Foreign Affairs, basado en documentos recientemente desclasificados de los archivos del Partido Comunista Soviético y el Ministerio de la Defensa en Rusia.
A fines de junio, Fidel mandó a su hermano Raúl a Moscú, con el fin de discutir el acuerdo de defensa para la instalación de armas nucleares en Cuba. El 7 de julio, el ministro Malinovsky informó a Krushchev que los misiles y los soldados estaban listos para partir al Caribe. Por esos días, el general Igor Statsenko, comandante de la división de misiles del Ejército Rojo, voló en un helicóptero por el centro y el oeste de Cuba, frustrado, pues su equipo no había sido proveído con información sobre la geografía y el clima de la isla, ni tenía traductores, por lo que había tenido que tomar un curso de español. Pero la operación gigantesca comenzó. Entre julio y septiembre, cientos de trenes soviéticos movieron misiles y tropas hacia los puertos de Sebastopol y Kaliningrado, donde 85 buques los transportaron por el Mar Negro y el Mar Báltico, a través del Océano Atlántico, hasta llegar a Cuba. El 9 de septiembre llegaron al puerto de Casilda, al sur de la isla, los primeros misiles R-12, a bordo del buque Omsk. Apenas un puñado de cubanos conocían los detalles de la operación, entre ellos Fidel y Raúl, y también el Che Guevara. Había ya en ese momento 42 mil soldados soviéticos en Cuba.
Entonces amaneció el 14 de octubre. Un avión de reconocimiento U-2, americano, registró las bases de lanzamiento de los misiles: dos días después, las fotografías estaban en las oficinas del presidente John F. Kennedy. Hubo un debate sobre cómo responder al desafío de la Unión Soviética en Cuba. Kennedy resolvió no ordenar un ataque para destruir las bases, sino un bloqueo naval, una cuarentena a la isla para darle a su adversario la oportunidad de retroceder. Durante dos semanas, Kennedy y Krushchev iban a estar cara a cara (eyeball to eyeball, en la frase célebre del secretario de Estado Dean Rusk). Acababa de estallar la crisis de los misiles en Cuba.