Hace 18 años (el 'presidente legítimo')

Ciudad de México /

La elección del 2 de julio de 2006 fue una victoria para la izquierda —una victoria que ella misma convirtió en derrota—. Ese año, a la cabeza del PRD, conquistó 35 por ciento de la votación presidencial (en 2000 había tenido solo 16 por ciento); ese año, con el PRD, sin contar los escaños ganados por los otros partidos de la coalición, obtuvo 127 diputados y 29 senadores (en 2000 había tenido apenas 50 diputados y 15 senadores). Andrés Manuel López Obrador fue el artífice de ese triunfo. Pero fue también el único que perdió, por apenas medio punto. Y no lo quiso reconocer.

“Es un político que crea realidad política con lo que dice”, señaló entonces Héctor Aguilar Camín. La realidad política que logró crear en poco tiempo —con ayuda de sus seguidores, hay que subrayar, políticos e intelectuales— fue tan embriagante que ellos mismos pudieron leer, sin sentir vergüenza, estas palabras suyas, publicadas el día que fue validada la elección: “El día de hoy el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación decidió convalidar el fraude a la voluntad ciudadana expresada en las urnas el 2 de julio y respaldar a los delincuentes que nos robaron la elección presidencial. Con esta decisión se rompe el orden constitucional y, en los hechos, se abre el camino a un usurpador que pretende ocupar la Presidencia de la República mediante un golpe de Estado”, y más adelante: “El fraude electoral de 2006 ha sido a la vez el más burdo y el más sofisticado de la historia electoral de México. Se recurrió lo mismo a los métodos tradicionales como el acarreo de votantes, la sustitución de funcionarios de casilla, el relleno de urnas con votos ilegales y la falsificación de actas de escrutinio de las casillas, que a medios más sofisticados como la manipulación de los sistemas de cómputo” (Proyecto de resolución que presenta Andrés Manuel López Obrador al pueblo de México para su análisis, discusión y, en su caso, para su aprobación en la Convención Nacional Democrática, en La Jornada, 29 de agosto de 2006).

Unos meses después, el 20 de noviembre de 2006, aniversario de la Revolución, el licenciado López Obrador tomó posesión como presidente legítimo del Gobierno del Pueblo, ante miles de seguidores que abarrotaron el Zócalo. Había un templete al lado del Palacio Nacional, rodeado por un semicírculo que formaban las 13 sillas donde tomaron asiento los miembros de su gabinete (uno de ellos ocupaba la Secretaría para la Honestidad y la Austeridad Republicana). Todos los ahí presentes cantaron el Himno Nacional. Una escritora y una actriz, a nombre del Pueblo, hicieron entrega de un pergamino que acreditaba como presidente al ex candidato de la Coalición por el Bien de Todos. Una estudiante y una indígena, a continuación, le dieron un fistol de plata. Al final, la senadora Rosario Ibarra (que aquel 2 de julio ganó, ella sí, una curul) le colocó sobre los hombros una banda que era verde, blanca y colorada, y que tenía el escudo del Águila de la República. “¡Gracias, madre!”, exclamó López Obrador.

En un sentido, es cierto, el Presidente no deja de sorprender, como lo hizo ahora hace unos días. En otro, ya no sorprende, es el mismo, por lo menos desde hace 18 años.


  • Carlos Tello Díaz
  • Narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo / Escribe todos los miércoles jueves su columna Carta de viaje
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