El 6 de agosto de 1945, pasadas las ocho de la mañana, estalló la bomba de Hiroshima. Una bomba, una sola, mató en unos segundos a 60 mil personas. Alrededor de 100 mil personas más, mujeres y niños en su mayoría, murieron en los días y los meses que siguieron, a causa de la radiación. Murieron indiscriminadamente, como consecuencia de esa bomba. Hoy, hace 75 años.
El artillero de cola del bombardero, un personaje llamado Bob Caron, que también tomó fotografías del estallido, dejó esta descripción de lo que vio desde el aire: “El hongo se extiende. Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura, y unos ochocientos metros de altura. Crece más y más. Ha llegado casi al nivel en que volamos y sigue creciendo. Es muy negro… La ciudad debe estar debajo de todo eso”. ¿Qué ocurría en la ciudad, en efecto, cubierta de pronto por esa columna de humo y de fuego? Existe un testimonio que es terrible, que estuvo prohibido durante años: el diario del doctor Michihiko Hachiya, director de un hospital en Hiroshima. Su diario describe lo que sucedía en la ciudad mientras se alejaba el bombardero de la fuerza aérea de Estados Unidos. Cito estos extractos de la entrada del 6 de agosto de 1945:
“Un cielo sin nubes. Sombras profundas contrastan con los reflejos del sol sobre las ramas de los árboles de mi jardín. Es lo que contemplaba ese día, temprano por la mañana, recostado en la terraza de la sala, en pantalón y camiseta: había estado de guardia toda la noche en el hospital. De repente un relámpago, después otro, y me acuerdo (uno siempre se acuerda de esas cosas tontas) que me pregunté si era la luz de las lámparas de magnesio o el fulgor provocado por un trolebús. Sombras y reflejos, todo ha desaparecido. No hay más que una nube de polvo en medio de la cual no percibo más que la columna de madera que sostenía una esquina de mi casa”.
“Instintivamente me echo a correr, o por lo menos trato. Inútilmente”.
“Me cuesta mucho trabajo llegar al jardín. Y ahí, de pronto, me siento extraordinariamente débil. Me debo detener para recuperar mis fuerzas. ¡En ese instante me doy cuenta que estoy por completo desnudo! ¿Qué pasó con mi pantalón y mi camiseta? ¿Qué sucedió?”
“Todo ocurre como en una pesadilla. Veo venir sombras, especies de fantasmas que caminan con los brazos en alto, y me pregunto por qué. De golpe entiendo que están quemados y tienen alzados los brazos para evitar el contacto con su propia piel. Luego llega una mujer desnuda con un niño desnudo en los brazos. Han sido sorprendidos en el baño, me digo. Pero después llega otro hombre también desnudo, y luego una mujer. Caminan sin decir una palabra”.
“Hiroshima no es ya más una ciudad, sino un desierto. Al este y al oeste, todos los edificios están aplastados y las montañas de los alrededores parecen ahora muy cercanas. No hay nadie en las calles, además de los muertos. Algunos quedaron en la actitud que tenían cuando la muerte los sorprendió: como congelados, más que muertos”.
La posibilidad de una guerra nuclear es una de las amenazas existenciales más grandes para la humanidad. Ninguna nación por sí sola la puede evitar. Es por ello que el aniversario de Hiroshima nos convoca a todos, en la comunidad global en que vivimos, a actuar con responsabilidad.
Investigador de la UNAM (Cialc)
ctello@milenio.com