Los restos de don Porfirio

Ciudad de México /

El general Porfirio Díaz murió en el verano de 1915, en París. “A media mañana del 2 de julio la palabra se le fue acabando y el pensamiento haciéndosele más y más incoherente”, escribió Martín Luis Guzmán en Tránsito sereno de Porfirio Díaz. “Se complació oyendo hablar de México: hizo que le dijeran que pronto se arreglarían allá todas las cosas, que todo iría bien. Poco a poco, hundiéndose en sí mismo, se iba quedando inmóvil. Todavía pudo, a señas, dar a entender que se le entumecía el cuerpo, que le dolía la cabeza. Estuvo un poco con los ojos entreabiertos e inexpresivos conforme la vida se le apagaba”. A las 6 de la tarde perdió el conocimiento. Minutos después, sin abrir los ojos, falleció. Ese viernes fue velado por su familia en el apartamento que rentaba, en el número 23 de la Avenida del Bosque. El sábado por la mañana, sin haber dormido, su hijo asistió con dos testigos a las oficinas del ayuntamiento para dar fe del deceso de su padre. Los médicos recibieron entonces instrucciones de proceder al embalsamamiento. Las exequias tuvieron lugar el 6 de julio por la mañana, en el templo de Saint-Honoré d’Eylau, a un costado de la Plaza Víctor Hugo. El ataúd, cubierto por la bandera de México, mostraba sobre su vértice la espada del general Díaz.

En el verano de 1921, los despojos de Díaz permanecían aún en Saint-Honoré d’Eylau. A fines de octubre, Carmen Romero Rubio, su viuda, compró a perpetuidad un lote en el cementerio de Montparnasse. Después de la Navidad, el 27 de diciembre, los restos del general fueron exhumados de Saint-Honoré d’Eylau para ser inhumados en la capilla que le construyó su esposa en Montparnasse. La capilla, donde permanecen aún sus despojos, tiene grabada en bronce, sobre su cúspide, el águila de los liberales: está de frente, volteando hacia la izquierda, erguida, con las alas desplegadas en el aire.

Los intentos por repatriar los restos de Díaz comenzaron muy poco después, en tiempos del general Álvaro Obregón, quien según diversos testimonios admiraba al mandatario derrocado por la Revolución. Los más recientes ocurrieron al final del siglo XX, en el gobierno del presidente Ernesto Zedillo. Hubo rumores al respecto en un contexto que debió servir (no nos sirvió de nada) para conocernos y reconciliarnos: el del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. ¿Había que repatriar los restos de don Porfirio? Recuerdo al respecto una caricatura de Francisco Calderón: ella ilustraba la belleza de la tumba de Montparnasse, imaginaba en cambio el vandalismo que sufriría fatalmente la tumba en México. Es lo que pienso yo. Díaz está bien donde está: en una tumba muy viva, valga la expresión, donde los mexicanos lo van a ver para dejarle mensajes, en un diálogo que no termina. A la vez pienso que, dejando en paz a los muertos, debemos conocer y discutir nuestro pasado, extraordinariamente rico, hecho de luces y de sombras. Conocerlo para poder vernos de frente. “Sería parte de la reconciliación de los nuevos tiempos”, afirmó hace unos días el presidente Andrés Manuel López Obrador. Estoy de acuerdo. Conocer nuestro pasado, reconciliarnos con él, es la única forma de aceptarnos como lo que somos.

Investigador de la UNAM (Cialc)
ctello@milenio.com

  • Carlos Tello Díaz
  • Narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo / Escribe todos los miércoles jueves su columna Carta de viaje
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