Santa Anna, defensor de México

Ciudad de México /

Mi amigo Agustín Acosta, abogado, también historiador, me dice que acaba de adquirir en una subasta la proclama que el general Antonio López de Santa Anna dirigió a los Yankees, a los soldados del ejército de Estados Unidos que invadieron México en 1847. Está fechada ese año, el 15 de agosto, como hoy, Día de la Asunción de María.

Agustín tiene interés en Santa Anna, uno de los veracruzanos más importantes (para bien y para mal) en la historia de México. Su padre, Agustín Acosta Lagunes, gobernador de Veracruz en los ochenta, creador del extraordinario Museo de Antropología de Xalapa, compró por medio del gobierno del estado la hacienda El Lencero, que fuera de Santa Anna, para convertirla en un museo, uno de los más bonitos que conozco en el país, dedicado no nada más al general sino a toda esa época de Veracruz (está expuesta, por ejemplo, la cama de latón que perteneció a Juan de la Luz Enríquez, gobernador de Veracruz al comienzo del Porfiriato).

Santa Anna fue muchas cosas, pero no un traidor a su patria. Al contrario, fue uno de los pocos mexicanos que enfrentaron al invasor. Su proclama está fechada el 15 de agosto de 1847 en el cuartel general del Peñón, junto al lago de Texcoco. Está escrita en inglés, y dice así, traducida por mí al español:

El presidente de la República Mexicana a las tropas comprometidas en el ejército de los Estados Unidos de América.

Los azares de la guerra os han traído al hermoso Valle de México, en medio de una región rica y fértil. El Gobierno Americano os obligó a pelear contra un país del que no habéis recibido ningún daño; vuestros compañeros de armas, tras la batalla, recibirán sólo el desaire de los Estados Unidos y el desprecio de las naciones de la Europa civilizada, las cuales, bastante sorprendidas, observan que vuestro gobierno busca carne de cañón para sus batallas de la misma forma que busca bestias para tirar de sus carruajes.

En nombre de la Nación que represento, y cuya autoridad yo ejerzo, os ofrezco una recompensa, si desertáis la Bandera Americana y os presentáis como amigos de una nación que os puede ofrecer ricas campiñas y largas extensiones de tierra, las cuales, si son cultivadas con vuestra industria, os habrán de coronar con felicidad y prosperidad.

La Nación Mexicana os ve sólo como extranjeros que han sido engañados, y por este conducto os estrecha una mano amistosa y os ofrece la felicidad y la fertilidad de su territorio. Aquí no existen las distinciones de raza; aquí, en efecto, resplandece la libertad y no la esclavitud; la naturaleza, aquí, ofrece sus dones con abundancia, y está en vuestro poder aprovecharlos. Confiad en lo que os ofrezco en el nombre de la Nación. Venid como amigos y tendréis patria, hogar, tierras; la felicidad que se goza en un país de costumbres suaves y humanas. Os hablo no con miedo, sino a nombre de la humanidad y la civilización.

Cuartel general del Peñón, 15 de agosto de 1847.

El país mestizo (México) le abría los brazos a los hijos del país racista (Estados Unidos).

Justo Sierra llamó a Santa Anna “el Don Juan de nuestras guerras intestinas”. Era en efecto un seductor, “el seductor de la patria”, como lo llama en su novela Enrique Serna. Es lo que veo yo también en esta proclama: al general tratando de seducir a los Yankees… Sin éxito. 

  • Carlos Tello Díaz
  • Narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo / Escribe todos los miércoles jueves su columna Carta de viaje
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