Hay una falacia común en los procesos de capacitación: asumir como cierto que toda persona que toma un curso o taller, adquiere conocimientos que le permiten desempeñarse mejor en su trabajo, y por ello se le puede exigir mejores resultados.
Esto viene al caso porque recién me reencontré con una persona que asistió a un taller de Liderazgo y Gestión, que me comentó que ha sentido “cierta presión” (por parte de sus superiores) para mejorar su desempeño.
Aquí es donde entra la metáfora: la expectativa (de parte de algunas personas de la organización) de que “el Mago” resuelva “las carencias” del participante y que, como por magia, este se vuelva en un diamante de la productividad.
Esto, amigo mío, es un argumento falaz. Un argumento falaz es producto de un razonamiento que conecta a las premisas y las conclusiones de forma incorrecta.
Es decir, enlaza erróneamente los supuestos de los eventos de una situación y se genera una conclusión: “fuiste a una capacitación, se destinaron recursos para ello, y te entregaron una constancia de aprobación. Entonces, es obvio que obtendremos de ti mejores cosas.”
¡Sorpresa! En las sesiones de formación se presentan conceptos y herramientas, no se lavan cerebros; los beneficios de la participación dependen de la motivación personal y el contexto organizacional.
En realidad, no hay algo extraordinario en la capacitación; todo saldrá del autodescubrimiento de los asistentes, y de las posibilidades que perciban de crear una nueva realidad en la empresa, a partir de la cultura organizacional.
Entonces, siendo las falacias (enfoques equivocados) errores procedimentales (mala correlación), y no de contenido (hechos), las expectativas de resultados son supuestos que pueden estar afectando el clima organizacional de Ciudad Esmeralda.
¿Platicamos?