¿Qué es la Navidad?

  • Agora
  • Cuauhtémoc Carmona Álvarez

Laguna /

Estamos a tres días de la Navidad y, para muchos mexicanos, un paréntesis que huele a pausa: vacaciones, reencuentros, mesas largas y posadas familiares donde organizarse es más complejo que una neurocirugía sin coagulación. 

Pero esas, esas son mis historias de los Carmona-Álvarez.

Estoy convencido que ninguna Navidad es igual a la anterior. En el universo nada es estable, todo está cambiando y en trasformación. 

El contexto —histórico, social, íntimo— define y condiciona nuestra manera de vivir estas fechas. 

Y también, inevitablemente, aparecen las sillas vacías: ausencias que duelen, silencios que pesan y recuerdos que se sientan a la mesa para recordarnos que amar también es aprender a extrañar.

Por eso, en tiempos postpandemia, de un capitalismo voraz y de una sociedad líquida, como la describió Zygmunt Bauman, donde nada parece durar —ni los vínculos, ni las certezas, ni los compromisos—, vale la pena detenernos y preguntarnos:

¿Qué es hoy la Navidad?, ¿Qué significado conserva cuando todo se vuelve efímero y fugaz?

Desde una mirada cristiana, la Navidad es, ante todo, nacimiento. Y nacer no es solo aparecer en el calendario, es irrupción, posibilidad, esperanza. 

La pregunta de fondo no es únicamente qué celebramos, sino qué está naciendo en nosotros en medio del cansancio, la prisa y el ruido donde la prótesis comunicacional (los teléfonos celulares), nos acompañan a todos lados, sobre todo, los que dejan en visto.

Para quienes no reconocen la trascendencia del acontecimiento, el tiempo se reduce a la inmediatez y el ego se convierte en el centro. El tener se impone sobre el ser. 

La apariencia suplanta a la esencia. En una cultura líquida, la Navidad corre el riesgo de convertirse en escenografía: luces sin fondo, consumo sin sentido, celebración sin profundidad y unas ansias por el año nuevo reciclando los mismos deseos de siempre.

Aquí la filosofía vuelve a ser brújula. Aristóteles nos recuerda que la vida buena no se proclama: se habita. 

Somos lo que hacemos, no lo que andamos diciendo que somos, es decir, lo que hacemos de manera habitual. La virtud es hábito, constancia, carácter. 

Frente a la liquidez que todo disuelve, Aristóteles propone firmeza; frente a la fugacidad, permanencia; frente al tener, el cultivo del ser.

La reflexión se ensancha con Joan Chittister, quien en su libro: Todo tiene su tiempo, nos invita a comprender que el nacimiento también implica muerte, porque la vida es ciclo, no acumulación. Si nadie nace a destiempo, tampoco se muere fuera del orden. 

Esta conciencia devuelve profundidad a la existencia y nos reconcilia con el paso del tiempo.

Y en el centro de la Navidad está Jesús: primero niño, luego Cristo. Nacimiento y redención como un mismo hilo. 

La Navidad no es el cierre del año —eso vendrá después—, es el inicio del sentido, el recordatorio de que incluso en la fragilidad puede irrumpir lo eterno.

Que estas fechas nos abran el espacio y el momento para compartir en familia y en armonía. Hay que recordar que la felicidad más verdadera es inmaterial e intangible, y que cuando se comparte se vuelve noche de paz, noche de amor. 

Porque, al final, entre lucecitas intermitentes, arboles recargados con un fervor churrigueresco que roza lo teatral, lo único que permanece no es lo que brilla: es aquello que, en silencio, alegra, entusiasma, ilumina, guía y nace.


@cuauhtecarmona

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