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El fin de la decencia

Ciudad de México /

En una semana Donald Trump va a ser presidente de Estados Unidos. Pronto conoceremos sus primeras decisiones. Pero no hace falta esperar la fecha para saber lo que significa su coronación: el fin de una época. El advenimiento pleno del reino de la fuerza, la desfachatez y el cinismo. Pasará a la historia el anciano trastabillante y balbuceante que representó al viejo mundo en el debate presidencial de EU el año pasado. Sin duda un hombre decente, pero extraordinariamente débil.

Nadie se hace ilusiones sobre el mundo que se fue, pero tenía algo de lo que este carece completamente: una pretensión ética, una brújula moral. El discurso hegemónico de la posguerra establecía que se requería una gobernanza mundial que mantuviera a raya las ambiciones de los fuertes y los locos, que había que domeñar lo peor de la naturaleza humana (lo que nos había llevado a los indecibles horrores de la Segunda Guerra Mundial), que había que derrotar a la pobreza y al hambre, y recordando siempre que los hombres (genérico) nacimos todos iguales y tenemos derechos inalienables. Para resumir, en lo internacional y en lo interno, la consigna era contener a los fuertes a través de la ley, las instituciones y la disuasión para equilibrar las disparidades. Nadie dice que esto se logró ni mucho menos. Pero era la aspiración dominante, el faro que guiaba, el espíritu que animaba ese mundo (de menos al principio), el de redimirnos como especie luego de Auschwitz, Hiroshima y la bestialidad de Stalin.

El pasado 9 de enero se acabó oficialmente esa época. El hombre que va a encabezar al país más poderoso de Occidente expresó ese día sin ambages un discurso expansionista y una política basada en la fuerza sin más. (Ese hombre que se levantó furioso del piso con una oreja sangrante y gritando Fight, fight, fight, la perfecta contraimagen del viejito balbuceante). Pero no es cuestión de un sólo hombre; la muerte de esa aspiración ética se aprecia en la pasividad de la inmensa mayoría ante las demostraciones recientes del discurso ya dominante. Lo olieron bien quienes practican la fuerza como único lenguaje: Netanyahu, que ha diezmado a la población de Gaza e invadido a su vecino Siria aprovechando el desenlace de su guerra intestina; Putin, a quien lo único que le ha impedido invadir a los países bálticos o a Polonia o a Georgia es que no tiene la fuerza para hacerlo, que no le alcanza, nada más; a China, que la vimos en plena pandemia acabar con el régimen político especial de Hong Kong y amenazar a Japón construyendo islas en el Pacífico. Lo vemos en que estos hombres ya no se ocultan ni sienten la necesidad de justificarse. Lo vemos en la admiración que sus actos despiertan en tantos. Y todo esto en medio del silencio atronador de un mundo que se ha quedado sin músculo ni reflejos éticos, adormecido por placeres y batallas nimias.

Es el mundo de los fuertes. De los que pueden. Es un mundo peligroso.

En ese nuevo mundo México tiene debilidades y fortalezas. Juega contra nosotros la descomposición interna, las disputas entre grupos criminales que no pueden ser llamados al orden ni controlados por el Estado, la frontera difusa entre criminalidad e instituciones. Pero tenemos también fortalezas. Nuestra colaboración es deseable y necesaria para una de las partes en conflicto, para detener flujos migratorios, para combatir tráficos, para detener la expansión económica china, para mantener competitiva a la región gracias a nuestro bono demográfico. Nuestra colaboración es deseable y necesaria, pero además no somos apetecibles. Nadie está con ganas de venir a hacerse cargo de nosotros (menos mal): esa es nuestra ventaja. Habrá que saberse conducir en este periodo oscuro. No será fácil, pero podemos sobrevivir.


  • Denise Maerker
  • Periodista con amplia trayectoria en medios de comunicación, ha sido la cara de importantes noticieros como "En Punto", y "Atando cabos". Su enfoque claro y directo en los temas de coyuntura la ha convertido en una de las figuras más confiables del periodismo mexicano.
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