El presente se revela como una era marcada por la disonancia entre el progreso material y el estancamiento ético, configurando un horizonte cada vez más sombrío.
Esta condición, lejos de ser accidental, es sintomática de la paulatina desintegración de la praxis filosófica en las estructuras epistémicas, políticas y culturales de la modernidad.
Hemos renunciado a la filosofía como fundamento del conocimiento y de la acción, permitiendo que el vaciamiento de sentido y la tecnocracia desenfrenada erosionen los pilares que antes orientaban nuestra existencia colectiva.
La filosofía, en su sentido más profundo, no es meramente un ejercicio especulativo, sino una actividad transformadora que configura el ethos de una sociedad.
La praxis filosófica —entendida como el proceso mediante el cual la teoría crítica y la acción concreta se interrelacionan— ha sido históricamente el motor de los grandes cambios estructurales.
Sin embargo, en nuestra época, se ha relegado a un segundo plano, superada por una hegemonía del pragmatismo instrumental que privilegia la eficiencia técnica sobre la reflexión ética.
Este desplazamiento ha generado un presente lúgubre, en el que las estructuras de poder, desprovistas de fundamentación crítica, actúan bajo un régimen de autolegitimación, alejadas de cualquier consideración filosófica.
El panorama actual está atravesado por una crisis de fundamentación.
Los sistemas políticos y económicos operan bajo una lógica que prioriza la acumulación de capital y la expansión tecnológica sin contemplar las implicaciones antropológicas y éticas de tales avances.
Esta desconexión entre la técnica y la moral, entre el progreso material y la sabiduría práctica, ha desencadenado un presente glauco, en el que las soluciones cortoplacistas exacerban las contradicciones sociales, en lugar de mitigar las tensiones subyacentes.
El eclipse de la filosofía no solo ha empobrecido nuestra comprensión del presente, sino que augura un futuro aún más incierto.
El avance de la inteligencia artificial, las transformaciones biotecnológicas y los cambios estructurales en el ámbito laboral y político requieren de un marco filosófico robusto para ser abordados con responsabilidad y visión a largo plazo.
No obstante, la exclusión de la reflexión filosófica en la configuración de estos fenómenos plantea un riesgo existencial: un progreso sin dirección, carente de teleología ética, que puede derivar en una profunda alienación y deshumanización.
El retorno a la praxis filosófica es, por tanto, no solo deseable, sino indispensable.
Sin una revalorización de los principios filosóficos que orienten el ser y el actuar en el mundo, corremos el riesgo de seguir navegando en la oscuridad, atados a un paradigma que privilegia el éxito técnico sobre la realización humana.
La reinstauración de la filosofía como práctica transformadora puede restituir el sentido y la orientación teleológica que tanto necesitamos en la actualidad.