Adictos a la adicción

Ciudad de México /

Una de las figuras más glorificadas por la cultura pop contemporánea es la del adicto. Miedo y asco en Las Vegas, El lobo de Wall Street, Trainspotting, El jugador, Bajo el volcán, Leaving Las Vegas y muchas otras obras magistrales tienen como protagonistas a fascinantes adictos, con cuyo recorrido e incluso desventuras gozamos y nos identificamos a partes iguales. Aunque en realidad la protagonista es la insaciable compulsión que desconoce cualquier código ético, social, amistoso, amoroso, con tal de poderse satisfacer a sí misma al menos otro instante más. Y la persona (personaje) aparece como mero instrumento de dicha compulsión, con lo cual se enmarca en la definición de tragedia que ofreciera George Orwell: “Una situación trágica existe justamente cuando no triunfa la virtud, pero aun así sentimos que el hombre es más noble que las fuerzas que lo destruyen”.

A pesar de que comúnmente se asume que el adicto es una especie de outsider o un personaje antisistema, la realidad es que incluso desde el punto de vista estadístico, lo contrario es cierto, y pese a la narrativa y parafernalia de las grandes y alocadas aventuras, en última instancia lo que en la realidad distingue a la figura del adicto es la igualmente incansable repetición de la misma puesta en escena, con ligeras variaciones en cuanto a la locación, personajes y libreto. De ahí que Nick Cave equiparara el encierro pandémico con sus días de adicto: “El teléfono ya no sonaba constantemente y muy pronto mis días se volvieron repetitivos de una manera hermosa. Es curioso, pero era como ser de nuevo un adicto, con los rituales, las rutinas, las costumbres”.

Pues lejos de ser un asunto antisistema, lo primero que distingue a la adicción es una de las piedras angulares del actual sistema: el consumo irrefrenable. Ya sean drogas, alcohol, alimentos, propiedades, yates, instrumentos financieros, puestos políticos o corporativos, viajes, juguetes tecnológicos, seguidores, likes, amantes, relaciones tormentosas y demás, la compulsión (a la repetición, diría Freud) es un pozo sin fondo que funciona como una rueda de hámster para mantener en marcha el hipercapitalismo líquido en el que transcurre la actualidad. Como hedonistas fallidos siempre en busca del siguiente high, se desemboca más bien en lo que Mark Fisher ha llamado “hedonía depresiva”, que le parece justamente uno de los elementos definitorios del realismo capitalista. Más que el deseo, sería entonces la carencia lo que hace girar al mundo. 

Quizá por eso, al igual que como sucede con la mitología del self-made man que se sobrepone a la adversidad para construir un imperio financiero, o la de los narcos glamurosos que vuelven más digerible el horror cotidiano, la fascinación por los (fascinantes) adictos ficcionales nos permite fantasear con una igualmente mitologizada compulsión personal, para al menos tener el consuelo de sentirnos como rebeldes sin causa en perpetua lucha con el sistema… precisamente ahí donde se le hace más que nunca el juego al sistema. Pues nada más gregario que la adicción a las distintas formas del principio de placer y, como dice también Fisher: “El pensamiento, entre tanto, comienza más allá del principio de placer. Como afirma Houellebecq en relación a Lovecraft, sólo los insatisfechos con la vida quieren leer y pensar. Lo que desde la perspectiva de los esclavizados al principio de placer supone la introducción de un elemento discordante y disfuncional”.


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.