Quizá una de las consecuencias de vivir bajo un torrente de noticias en tiempo real, a las que se suman las opiniones y emociones que nos generan tanto a nosotros mismos como al entorno, sea que es más difícil tanto tomar distancia y reaccionar a partir de algo distinto de la víscera, como poder considerar los acontecimientos desde perspectivas más amplias u objetivas. Pues además como vivimos perpetuamente informados al instante, existe la tentación de pensar que ya sabemos suficiente sobre todo, por lo que no habría necesidad de profundizar o de reexaminar el juicio inicial, que en la actualidad está fuertemente condicionado por la reacción emocional.
De ahí que Después de Gaza, el más reciente libro del novelista y ensayista indio Pankaj Mishra, sea uno de los libros más impactantes que haya leído en tiempos recientes, pues si bien aborda el espeluznante conflicto sobre el que todos los días leemos noticias de alguna nueva atrocidad, lo enmarca bajo una panorámica histórica que ofrece una nítida comprensión de cómo es que durante décadas se fraguó la posibilidad de que se produjera la actual catástrofe, así como desde una perspectiva de un sistema internacional en donde igualmente desde hace décadas, las principales potencias occidentales son absolutamente cómplices de varios de los principales desastres humanitarios de nuestros tiempos.
Mishra detalla con gran lucidez cómo ha sido la extrema derecha la que logró imponer la narrativa “que los actuales líderes israelíes aún utilizan para dar legitimidad a su rutinario expansionismo y estallidos de violencia espectacularmente desproporcionada en contra de los palestinos”. Igualmente relata cómo intelectuales como Primo Lévi, Jean Améry, Hannah Arendt y, más recientemente, Pierre Vidal-Naquet y Zigmunt Bauman advirtieron de diversas formas sobre cómo la manipulación del exterminio y una identidad basada en ello podría servir para justificar ideológicamente horrores equiparables a los anteriormente experimentados, o cita por ejemplo una columna de opinión escrita por Woody Allen en 1988 en el New York Times en donde se preguntaba: “¿Se les están rompiendo las manos a hombres y mujeres para que no puedan arrojar piedras? (…) ¿Hablamos de brutalidad sancionada por el Estado, o incluso tortura?” O, asimismo, Mishra cuenta que la extrema derecha israelí equiparaba el proceso de paz con los palestinos promovido por Yitzahk Rabin como “una antesala para la aniquilación judía”, al grado de retratar en pancartas a Rabin con uniformes de las SS nazis e infligiendo una “irreversible herida a la posibilidad de un bando pacífico en la política israelí”.
Y para mí la otra gran vertiente de Después de Gaza consiste en enmarcar históricamente el conflicto dentro de un contexto internacional en el que incluso el nazismo es otra vertiente más del imperialismo expansionista occidental, y en donde líderes como el propio Churchill profesaban creencias sobre la superioridad de algunas razas, negándose a admitir que “se le hubiera hecho algún mal a los pieles rojas en Estados Unidos o a la población negra en Australia (…) puesto que una raza más fuerte y superior, más mundana, para expresarlo en esos términos, ha ocupado su lugar”. Con lo que las justificaciones actuales sobre la destrucción de Gaza por parte de líderes como Joe Biden or Keir Starmer, por no hablar de Donald Trump, se enmarcan dentro de un continuo histórico en donde las potencias occidentales han jugado un papel decisivo en la destrucción de poblaciones o naciones enteras, siempre en el nombre de la democracia y la libertad.