El falso anacronismo

Ciudad de México /

En estos días en que la fastuosa coronación del rey Carlos de Inglaterra fue sin duda una de las principales noticias a nivel mundial, casi siempre el énfasis crítico recae en el carácter anacrónico de la monarquía en pleno siglo XXI. Los ridículos ropajes, ceremonias, ritos y pompa, que literalmente pertenecen a otro siglo, parecerían fuera de lugar en las actuales sociedades formalmente democráticas. Sin embargo, si lo miramos más a detalle y traspasamos las apariencias, en realidad la monarquía británica representa muy bien varios de los principales rasgos de la actualidad, con lo que, lejos de ser un anacronismo, son más bien un símbolo muy nítido de nuestra sociedad del espectáculo.

En primer lugar asistimos a uno de los fenómenos más distintivos de nuestra celebrity culture, como es el culto y la adoración de la élite y de todas las distintas formas en que se desmarcan de los ciudadanos ordinarios. Ya sea a favor o en contra, se desata la cobertura de una industria multimillonaria de comentario, análisis, chisme, etcétera, que es clara prueba de la fascinación que ejercen estos personajes, incluso si dicha fascinación se expresa como repudio. Y para que la telenovela no defraude, se cuenta con la narrativa del hijo rebelde cuya rebeldía ya fue netflixizada por más de 100 millones de dólares, pero que tampoco es tanta como para perderse la coronación, aunque su castigo sea sentarse unas filas detrás de su hermano y próximo monarca, al parecer a un lado del hermano del rey, el tío pederasta, íntimo amigo de Jeffrey Epstein que, nuevamente, sí es un poco paria y apestado, pero no tanto como para perderse la coronación con todo y traje lleno de insignias. Seguramente pronto veremos también una serie de Netflix dedicada al príncipe Andrew, con la que nos sentiremos indignados por el hecho de que se le permitiera aun así asistir a la coronación, etcétera, etcétera.

Circuló también la noticia del reciente endurecimiento de las leyes británicas en contra de las protestas (se puede ir a la cárcel por bloquear una calle o por encadenarse en algún sitio público), misma que fue enviada por la Home Office a asociaciones antimonárquicas, recordándoles de las penas de cárcel en las que podían incurrir si protestaban contra la coronación. Y el saldo final fue de 52 personas arrestadas, sin que al parecer existiera ningún tipo de violencia que justificara el arresto. Así que el espectáculo de la pompa real viene aparejado con el endurecimiento interno de las sanciones a las protestas contra dicho espectáculo. De nuevo, nada de anacrónico aquí, antes todo lo contrario.

Y el hecho de que la familia real sea finalmente un consorcio con un inmenso portafolio inmobiliario, que no sólo gana valor cada año, sino que deja rentas millonarias, y que a pesar de eso no paguen impuestos sobre la renta, y sean mantenidos con cargo al erario sintetiza también bastante bien la situación actual de los megamillonarios del mundo, que pagan impuestos irrisorios mientras obtienen enormes beneficios de diversos conceptos provenientes de fondos públicos.

Así que la monarquía inglesa, lejos de estar anclada en el siglo XVI, comprende perfectamente las reglas de las que puede servirse en pleno siglo XXI, y lo que quizá sí suceda es que apelan a su derecho hereditario y divino para que ni siquiera les pase por la cabeza la idea de que pudiera haber algo de impropio en que sea así.

  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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