En 1984, el trabajo de Winston Smith en el Ministerio de la Verdad consiste en revisar los documentos escritos para ajustarlos a la versión de la historia que ofrece el partido en el poder. Así, elimina adjetivos que ya no corresponden con la nueva visión, o borra personas que se han vuelto indeseables. Después toma la versión “incorrecta” y la deposita en un tubo que es engullido por el Agujero de la Memoria, que lo desaparece para siempre.
Sin metáfora alguna, es muy similar a la labor que están llevando a cabo editoriales y sensitivity readers con las obras de Roald Dahl y Agatha Christie (seguramente es sólo el comienzo), eliminando adjetivos incómodos o denigrantes (gordo, feo, etcétera), o sustituyendo en las historias las referencias a nombres de autores “indeseables” como Kipling o Conrad, por otros más aceptables como el de Jane Austen. El objetivo de la reescritura es adaptar las obras clásicas a la sensibilidad de los lectores modernos, para que no se sientan ofendidos y, obviamente, en el proceso asegurar que sigan generando ganancias millonarias. La diferencia entonces con las prácticas detalladas en el libro de Orwell es que las actuales, que son literalmente idénticas en cuanto a método, están al servicio no del partido en el poder, sino de la visión idealizada de sí mismos que tienen los actuales mandarines culturales (principalmente desde el mundo editorial y académico gringo, y, por supuesto, Hollywood), y de cómo eso se puede poner al servicio del mercado y de los beneficios.
Como bien ha señalado David Rieff, en el caso de la reescritura de Dahl, en realidad no va dirigida a los niños sino a los padres de los niños, que son quienes se sienten perturbados y ofendidos por los adjetivos y referencias que les incomodan. Sin embargo, por ejemplo cuando en Las brujas se cambia el oficio de una “cajera de supermercado” por una “científica de alto nivel”, ¿no es más bien lo denigrante procurar eliminar del imaginario de los niños un oficio que los (privilegiados) editores que reescriben la obra consideran denigrante?
Pues en esta reescritura se encuentra no sólo la autoconciencia idealizada de quienes detentan el poder cultural, sino también el pensamiento mágico de que su moralidad y su purificación cultural producirán un mejor mundo, cuando en los hechos es plausible argumentar que no sólo no lo mejoran, sino que contribuyen fuertemente a empobrecerlo, y no sólo culturalmente, pues por desgracia no parecería que el nuevo puritanismo moral esté produciendo un mundo real menos violento ni prejuicioso. ¿Es indeseable o moralmente reprobable que un ser humano o un personaje de ficción se exprese hacia otro con un adjetivo peyorativo como “gordo” o “feo”? Por supuesto que sí, y sería maravilloso vivir en un mundo libre de prejuicios y estigmas (que, por cierto, tendría entonces también que desechar el culto al éxito, al dinero y a la fama, que son la religión por la que jura la actual élite cultural, pues no hay nada más prejuicioso y estigmatizante que catalogar y tratar a las personas mediante estas categorías). Pero en dado caso el camino sería para mí el inverso, ocuparse de mejorar al mundo y librarlo de prejuicios, para que las futuras obras de ficción no tuvieran ya una realidad prejuiciosa que poder narrar. Lo de ahora es narcisismo puro, rentabilizado en el mercado. Que, si lo pensamos, son precisamente dos de los pilares del mundo y la narrativa dominantes de la actualidad.