En el capítulo de Los Simpson donde Homero se vuelve líder sindical y conduce a los trabajadores de la planta nuclear a la huelga debido a que el Sr. Burns les quiere quitar su plan dental, este tiene un recuerdo de acompañar a su abuelo de niño a supervisar a los trabajadores de su fábrica de átomos. Tras inspeccionar los bolsillos de un chico descubre que tiene ahí unos pocos átomos y llama a sus golpeadores contratados para llevárselo a castigarlo. Pero el punto es que el abuelo del Sr. Burns es un empresario abiertamente despótico, sin empacho para pasarle esas lecciones de vida a su pequeño nieto que lo acompaña a verlo trabajar.
Pensaba en esto en comparación con los actuales métodos de explotación laboral buena onda, que priman en muchas empresas contemporáneas, a menudo en las relacionadas con aquello que se entiende por creatividad, incluidas por supuesto las agencias de publicidad. Por ejemplo, un amigo me contaba hace poco de un festival de documentales en donde es práctica habitual demorar los pagos a los colaboradores, para después dar a elegir entre o que se paguen los salarios caídos o recibir un pago por algún nuevo proyecto en cuestión, pero no las dos. Según me decía, en general la práctica consiste en hacer las condiciones tan insoportables para los colaboradores hasta orillarlos a renunciar, y con ello evitar pagar las liquidaciones correspondientes por ley al despido. En su caso, hasta que se asesoró con un abogado laboral pudo negociar el cumplimiento de los adeudos mínimos, pero como sabemos no todo el mundo cuenta con los medios para defenderse de esa forma de las arbitrariedades.
U otra amiga me contaba hace poco de las prácticas de una famosa agencia de publicidad que, como suele suceder en ese rubro, se presenta como innovadora, disruptiva, creativa, etcétera, con un marcado énfasis en las fiestas y el desmadre corporativo. Sin embargo, ello aparejado por ejemplo de tener a buena parte de la plantilla trabajando por honorarios, en ocasiones hasta por dos años, y venderles finalmente el paso a un derecho básico como formar parte de la nómina como un gran regalo. O ampararse en el ya trillado discurso de que ellos “piensan diferente” para poner a la gente a trabajar simultáneamente en varios rubros a la vez, más allá de sus responsabilidades y horarios de trabajo, en el fondo para ahorrarse contar con el equipo necesario para las labores cotidianas. Con el correspondiente lavado de cerebro de que en realidad todo ello se hace por “empoderarlos” (¿?). O la práctica disruptiva y buena onda de citar a la gente para lo que se les dice es una reunión de trabajo y en vez de ello comunicarles su despido fulminante, como si la información para hacer anuncios en redes sociales de marcas de productos superfluos fueran los archivos de la CIA o el Pentágono y hubiera que confiscarla de inmediato y sin previo aviso.
Prácticamente todo el mundo contaría con viñetas de la actual explotación laboral basada en un discurso jovial y buena onda que, como la alberca de pelotas de Google, en realidad forma parte de una estrategia sistemática para recortar y escatimar derechos laborales mínimos. Así que puestos a escoger, es casi preferible la tiranía encarnada en la parodia del Sr. Burns y sus antepasados, pues resulta acaso más esquizofrénica la siniestra sonrisa que enmascara prácticas iguales o peores, donde se traslada la culpa y la responsabilidad de dejarse explotar a los empleados, a partir de los discursos chantajistas de lealtad corporativa.