Como supongo le sucedió a muchas más personas, en lo que es ya una tradición anual del Vive Latino, en el tumulto posterior a los Red Hot Chili Peppers me sacaron el celular del bolsillo del pantalón, y tan sólo me di cuenta cuando estuve ya formado en los baños. Imagino que no fui el único, pues no sólo en ediciones anteriores se han contado historias de robos de celulares masivos, sino que ayer mismo vi poco después a un chico que discutía con unas personas, acusándolas precisamente de lo mismo, pero ya no me quedé a ver en qué terminaba la situación.
Por más dependientes que somos de estos artefactos, no deja de ser un objeto material, y además por fortuna estoy ya en proceso de cambiarlo sin costo adicional con la compañía que me provee el servicio, pues tengo años con el equipo. Además, la cámara ya no enfocaba bien, por lo que no se podían tomar prácticamente fotos, y se había también desajustado la clavija donde se inserta el cable para cargarse, con lo cual tanto cargarlo como querer escuchar música o audios era ya complicado. No soy tampoco particularmente afecto a tomar fotos, y las que sí tomo suelo mandarlas por WhatsApp, así que tampoco es que perdiera mucha información valiosa. Dentro de lo que son estas cosas, pues, no me fue tan mal ni es el fin del mundo.
Me llama más bien la atención el fenómeno como tal pues, a menos que se trate de grupos que pagan el acceso al festival con el fin expreso de robar teléfonos, es probable que se trate de gente, seguramente sí organizada, que a la par de que disfruta de los conciertos, aprovecha los tumultos posteriores para el robo, ya con bastante habilidad. Así que en el caso de los RHCP, por ejemplo desde que sonaba la última rola, “Give it Away”, probablemente se preparaban para uno de sus momentos estelares de la noche, quizá saboreándose la idea de cuántos celulares se harían a partir de la oferta de dispositivos sujetos de ser robados, ocasionada por el lleno a reventar del escenario principal del Foro Sol.
Es curioso también que hasta el momento de escribir esto no han intentado encender el teléfono, se imagina uno que quizá a causa de la labor titánica de intentar desbloquear probablemente decenas de teléfonos birlados en el Vive. Lo que nos lleva a la dimensión del robo organizado como elemento constitutivo de la economía de mercado, a pesar de que el mercado negro normalmente se asocia a sistemas de economías estatizadas, donde la escasez crónica obliga a comerciar lo que se pueda por canales informales. Sin embargo, como sucede con las autopartes y las zonas donde es sabido que se pueden conseguir, el mercado de celulares robados debe tener también ya un cierto tamaño, y quizá justamente después de festivales de música se incremente el tráfico de clientes conocedores de que habrá una mayor disponibilidad: “¡Lleve su equipo Vive Latino 2023!”. Afortunadamente, ideas como la competencia económica despiadada y las prácticas voraces de las grandes corporaciones, como por ejemplo Ticketmaster, ofrecen una inmejorable relativización ética, pues qué representa el pecadillo de comprar un teléfono robado frente a las prácticas de robo legalizado a gran escala que vivimos todos los días a manos de las grandes corporaciones.
Así que, considerando la dimensión productiva del asunto, uno se siente menos una víctima y más un engrane que forma parte de un sistema muy bien aceitado, que incluso en su costado ilegal funciona bajo principios muy similares a los de la narrativa formal que lo estructura.