La escritura como fe

Ciudad de México /

En La literatura y los dioses, Roberto Calasso detalla el proceso por el cual los dioses pasaron de ser “un acontecimiento, una aparición súbita” a adquirir una dimensión metafórica, que la mente moderna interpreta como superstición de los antiguos, hasta devenir en lo que observó Jung: que lo que antaño eran dioses ahora se consideran enfermedades mentales. Igualmente, Calasso señala a Durkheim como punto a partir del cual lo social devino la nueva religión, ya que, como escribe en La actualidad innombrable: “Ahora es necesario divinizar a la sociedad misma”, pues, como afirma Durkheim: “Ella es para sus miembros lo que un dios para sus fieles”.

Igualmente, una filósofa más abiertamente mística como Simone Weil afirma en Escritos esenciales que: “Hay una realidad situada fuera del mundo, es decir, fuera del espacio y del tiempo, fuera del universo mental del hombre, fuera de todo el ámbito accesible a las facultades humanas. (…) Esta realidad es también revelada por los absurdos, las contradicciones insolubles, contra los que choca siempre el pensamiento humano cuando se mueve únicamente en este mundo”.

Pero incluso un pensador tan decididamente mundano como Orwell cuenta en un ensayo titulado “Notes on the Way” cómo en una ocasión cortó en dos a una avispa que chupaba mermelada de su plato, sin que el insecto se inmutara, y no fue hasta que intentó volar cuando se dio cuenta de lo sucedido: “Es lo mismo con el hombre moderno. Lo que le ha sido cercenado es su alma, y hubo un periodo —quizá de veinte años— durante el cual no se dio cuenta”.

En los tres casos existe una especie de lamento por la entronización de la racionalidad material como única vía respetable de conocimiento (es muy notorio por ejemplo en la actualidad el desdén que generan en ciertas élites intelectuales las creencias y rituales de miles de millones de personas). Y también en los tres casos se enfatiza aquello que se pierde mediante la mentalidad que no concibe más que los límites de su propia racionalidad.

Quizá por ello me resultó tan refrescante lo que dijo Etgar Keret en una reciente entrevista que le realicé para el suplemento Laberinto de Milenio, donde afirmaba a partir de su frustración inicial con la devoción religiosa de su hermana ultraortodoxa, que, tras escribir un cuento al respecto llegó a la conclusión de que: “Rezar y escribir son bastante similares: en los dos casos se asume que te estás enfrascando en un diálogo con la contraparte: tanto Dios como un lector que comprenda lo que tratas de expresar son completamente teóricos al momento de realizar la actividad, y en ambos casos se requiere un salto de fe”. Y no en el sentido, creo, de que ahora Keret crea en la realidad sobrenatural de los rezos, sino más bien por el lado contrario: el de reconocer la propia irracionalidad y el componente de fe ciega en el acto al que él consagra la vida.

Postura no sólo inscrita en la línea de la de Calasso, Weil y Orwell, sino completamente ajena al actual fanatismo de la racionalidad instrumental, donde todo, y cada vez más principalmente la propia persona, está orientada a exprimir hasta donde se pueda lo que de utilitario y monetizable podamos encontrar en cada uno. Por lo que encontrar personas y espacios de pensamiento donde lo intangible mundano aun pueda tener cabida y validez, situado obviamente por fuera de la industria de la espiritualidad y los gurús a sueldo, resulta casi revolucionario ante el imperante fanatismo secular del pensamiento dominante.


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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