La fiebre del oro

Ciudad de México /

En el libro clásico de B. Traven, El tesoro de Sierra Madre, llevado al cine por John Huston con Humphrey Bogart en el papel de Dobbs, dos gringos que vagabundean en Tampico  por 1927, Dobbs y Curtin, se unen al viejo Howard en una expedición en busca de oro por Durango, en territorio de la Sierra Madre. El viejo Howard es un veterano de la búsqueda del oro y ha visto lo que le hace a las mentes de los individuos que lo buscan. A la manera de una tragedia clásica, desde el principio les advierte a sus compañeros de expedición de los peligros que implica dicha obsesión: “De cualquier modo, el oro es algo endemoniado, créanme, muchachos. Cuando se ha conseguido, el alma no es la misma que antes de obtenerlo, y nadie escapa a esto. Puede llegar a amontonarse tanto que será imposible transportarlo, pero cuanto más se tiene más se ambiciona y ocurre lo mismo que cuando alguien se sienta ante la ruleta: que siempre piensa en una última vuelta. Así, el afán sigue indefinidamente. Se pierde la noción del bien y del mal, se olvida la diferencia entre lo honesto y lo deshonesto, se pierde la facultad de juzgar”.

Como sucede justamente en las tragedias clásicas, las advertencias caen en oídos sordos y la historia se precipita hacia su desenlace fatal. Tanto en el libro como en la película se aprecia justamente el cambio de mentalidad que el oro produce en los aventureros, al grado de enloquecer a Dobbs, pero el mismo Curtin en algún momento tiene tribulaciones morales sobre cómo debe actuar: “Sabía bien que los grandes magnates del petróleo, los grandes financieros, los presidentes de las compañías poderosas y en particular los políticos roban siempre que tienen oportunidad de hacerlo. ¿Por qué, pues, un modesto ciudadano como él había de poner reparos y portarse honestamente, si los grandes desconocían los escrúpulos y la honradez tanto en sus negocios como en los asuntos de la nación?”

Entre las muchas virtudes de estas obras clásicas se encuentra el que lejos de perder vigencia, se van actualizando con el paso de los años, y en este caso específico, El tesoro de Sierra Madre se puede leer como una advertencia del propio Traven a la mentalidad de nuestra época, donde el afán de lucro y la avaricia son ahora abiertamente considerados como algo positivo (“La avaricia es buena”, dice famosamente el personaje de Michael Douglas en una asamblea de accionistas en Wall Street), sin generar ya las dudas morales que aquejan a sus personajes. Y hablando de magnates, existen numerosos ejemplos como Donald Trump, Salinas Pliego o Eric Schmidt, de Google, que abiertamente declaran lo estúpido que les parece el pago de impuestos. O está el caso de la lista “Forbes Under 30”, donde se enlista anualmente 30 emprendedores millonarios menores de 30 años, de los cuales varios han sido encarcelados por fraudes millonarios, al grado de que varios medios publicaron una estimación de que colectivamente han recaudado 5,300 millones de dólares en inversión, mientras que han sido arrestados por fraudes y estafas por un valor de 18,500 millones de dólares. 

Es decir, que la actual fiebre de oro, más bien orientada a instrumentos financieros que ninguna persona normal podríamos siquiera comenzar a entender, y sus errores de juicio, son algo sistémico, alentado por la mentalidad de la propia época, como un ideal a perseguir. Sólo que si en la historia de Traven la culpa la pagan los individuos, ahora es la sociedad entera la que padece los efectos recurrentes de esta demencia organizada. Y seguro que hoy en día tampoco nadie le haría caso a las advertencias del viejo Howard.


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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