En una reciente charla sostenida en la Ciudad de México entre las escritoras Jazmina Barrera y Anne Boyer, a propósito del libro Desmorir. Una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista, de Boyer, se abordó el tema de cómo cuando ésta padeció un muy agresivo cáncer de mama, se vio obligada a presentarse a trabajar a los pocos días de haber pasado por una doble mastectomía. Esto porque se le habían terminado los días de incapacidad otorgados por el sistema de salud y, en buena medida a causa de los costos de la propia enfermedad, Boyer no podía permitirse quedarse sin trabajo.
Uno de los temas centrales de su libro, más allá de la horrible realidad de la enfermedad, es cómo en la actualidad la enfermedad y el dolor son toda una industria (incluida la industria de la recuperación bajo un discurso de autoayuda, dirigido a “echarle ganas” y “derrotar al cáncer”, como si fuera un asunto de superación personal en donde, si finalmente prevalece la enfermedad, entonces se inferiría que la persona enferma no hizo lo suficiente para curarse) que literalmente lucra con el dolor ajeno. Y la desigualdad también juega un papel fundamental, pues todos los indicadores son peores si quienes enferman cuentan proporcionalmente con menores recursos, o dependen de la salud pública, para hacer frente al padecimiento.
En algún momento de la charla, Boyer contó que se preguntaba cómo es que habíamos llegado aquí, si existe por otro lado evidencia, incluso al nivel del reino animal en lo respectivo a los mamíferos, de que el ser humano es igualmente proclive a la solidaridad, a ayudar a los demás, etcétera. Con lo que se pone el acento en que la organización social que produce este estado de cosas no es en absoluto algo ni natural ni dado ni inevitable, sino que corresponde a una forma específica de organización, aquella que entre otras cosas considera que la salud, la educación y varios derechos básicos más son (y deben ser) una mercancía más que se intercambie en el mercado, accesible para quienes tengan recursos para costearlas, e inaccesible para quienes no.
Así que frente a este carácter contingente del orden simbólico o, para decirlo de otra forma, la idea de que las cosas pueden ser de otra manera (como de hecho lo son en otros sitios, o lo han sido en otras épocas), cobra particular importancia la imaginación y las posibilidades de plantear formas de organización distintas, como lo que representó en su momento por ejemplo la irrupción del zapatismo como vía alternativa radical que precisamente subrayaba, entre muchas cosas, lo contingente del modelo neoliberal, que a partir de nociones como el fin de la historia de Fukuyama y narrativas afines, se presenta como verdad revelada y alternativa única.
Pues en esa misma dirección, en la misma charla entre Boyer y Barrera tomaron la palabra mujeres pertenecientes a organizaciones de apoyo y combate al cáncer, que entre varias cosas enfatizaban su rechazo a la narrativa predominante en torno a la enfermedad y el “pinkwashing” que les parece que genera. De manera que parte de su quehacer consiste en proponer narrativas alternativas para al menos ser dueñas de su propio padecimiento, con lo cual en su ámbito de acción se oponen como lo hace igualmente Desmorir al discurso dominante y a la visión de los pacientes como meros clientes que aspiran a adquirir esa costosa mercancía llamada recuperación.