La xenofobia como proyección

Ciudad de México /

En su brillante libro sobre xenofobia Of Fear and Strangers (Del miedo y los extraños), George Makari analiza cómo el mecanismo de la proyección se encuentra presente en esta muy particular vertiente del odio. Si su origen se remonta a Jenófanes y una especie de externalización positiva, donde se atribuían a otras entidades las predilecciones humanas, con la revolución freudiana la proyección pasó a significar lo contrario, considerada como uno de los mecanismos de defensa primarios: “Tú eres lo que detesto (de mí mismo). La proyección freudiana creó artificialmente la diferencia interpersonal. La paz interna se restauraba, mientras que se declaraba la guerra a un enemigo fabricado”. Y de ahí al conflicto político sólo hay un paso: “El acechador, el enemigo permanente y el extranjero amenazante estaban cargados con todo lo que se expulsa del Yo (…) Nunca ha sido más certero el lema ‘Mantén cerca a tus enemigos’. Mediante este tipo de proyección, nuestros enemigos poseen una parte de nuestra vida interior”.

Me parece muy certera la interpretación de Makari en cuanto a la presencia de la proyección en la xenofobia, pues es bastante plausible pensar que la demonización de los migrantes y extranjeros que ocurre en prácticamente todas las potencias democráticas occidentales, y muy notablemente en Estados Unidos, tenga más que ver con la rabia y frustración por las tensiones y desigualdades internas, que por la proporción real de sus problemas que sean atribuibles a los migrantes o extranjeros. De hecho, como bien sabemos, en el caso específico de Estados Unidos no existe ningún tipo de evidencia que sustente que los migrantes sean particularmente criminales, sino antes lo contrario, y es también sabido

que sin su arduo trabajo la economía de California y de buena parte de Estados Unidos colapsaría. Así que el discurso de odio de Trump y de su base de millones de nacionalistas blancos parecería más una consecuencia de su frustración ante la decadencia de su país, y una especie de anhelo por volver a un pasado ilusorio donde fueran amos y señores, no sólo en su propio territorio, sino en todo el mundo. Y entre más gritos y amenazas se profieran, más parecería quedar al descubierto la impotencia para frenar el declive de una sociedad que, sin mucha metáfora, de continuo comete actos desproporcionados de violencia en contra de sí misma, probablemente a causa del mismo odio y frustración.

Pero más curiosa es a la luz del reciente rifirrafe arancelario la proyección como autodesprecio de un sector de la comentocracia, intelectualidad y clase política mexicana, que ven en la identificación con el agresor la oportunidad para intentar sacar raja política. Misma que ni siquiera es efectiva, pues difícilmente alguien no cegado por el odio puede congratularse o querer sacar partido de los arrebatos de un energúmeno como Trump, y más bien lo que se exhibe es de nuevo la frustración por un sentimiento de privilegio o gloria perdidos, proyectado ahora como anhelo de desastre nacional, con tal de obtener una fantaseada victoria sobre el adversario político. Y ya lo del ex presidente que tuitea como prueba de la colusión gubernamental con el crimen organizado la sentencia de su propio ex secretario de Seguridad Pública, en efecto coludido con los grandes capos del narcotráfico, no puede considerarse simple proyección, sino también esquizofrenia rampante y desbordada.

Pues como bien apunta Makari: “El problema con la proyección no era sólo que entraba en conflicto con la realidad, sino que también dictaba que la guerra fuera interminable”.

  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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