Las vidas no vividas

Ciudad de México /

Escribe Vivian Gornick en El fin de la novela de amor: “En cualquier vida, las dudas, la depresión, la falta de autoestima, cuando no se atajan, empeoran con el tiempo y pasan inevitablemente del achaque ocasional al episodio recurrente y el padecimiento crónico. Esta afección ocupa un espacio. Consume aire y energía. La energía que debería alimentar las experiencias pasa a alimentar la vida no vivida. La vida no vivida no es una bestia quiesciente. La vida no vivida es un animalito muy enrabietado que apenas permite la supervivencia. Y a veces ni eso. A veces se vuelve asesina”.

Sin querer exagerar el poder que puede tener la literatura para entender o transformar la vida cotidiana o la vida en sociedad, a veces surge la necesidad de preguntarse qué pasaría si en lugar de normalmente querer explicar y (no) solucionar problemas sociales recurrentes, como en la actualidad muchos relacionados con la violencia, mediante los mismos esquemas de siempre, se permitiera abordarlos desde un ángulo distinto, como el nexo que traza Gornick entre la alienación y la potencial violencia asesina. 

Pues por ejemplo la vida no vivida puede enlazarse muy concretamente con conceptos como el “no future”, que a decir de Mark Fisher es lo que enfrenta la inmensa mayoría de jóvenes al ingresar en el mercado laboral en el actual sistema neoliberal. Y quizá de ahí que esas vidas sin futuro alguno desempeñen un papel fundamental en la violencia sistémica que parecería ser uno de los principales rasgos no sólo de la realidad actual, sino de casi toda la producción mediática y cultural de la realidad actual, donde la violencia audiovisual glamurizada es una industria multimillonaria.

¿Qué pasaría si por ejemplo en Estados Unidos, cada que se produce una nueva masacre pública sin sentido como las que ocurren casi de manera cotidiana, en lugar de únicamente pensar que el problema es el fácil acceso a las armas, o las enfermedades mentales, se hiciera un esfuerzo serio por pensar por qué tantas personas alcanzan esos niveles (en efecto patológicos) de rabia homicida? ¿Qué hay en la constitución e ideas fundamentales de dicha sociedad para producir de manera sistemática esas emociones y patrones de conducta? Pues como bien dice de nuevo Gornick en la misma obra, es claro el precio de no considerar siquiera este tipo de cuestiones: “La cosa se reduce a lo siguiente: quien no entiende sus sentimientos se pasa la vida vapuleado por ellos, a su merced; quien los entiende pero no es capaz de procesarlos, está abocado a años de dolor; quien niega y desprecia el poder que tienen, está perdido”.

Mismo argumento podría hacerse por considerar a fondo obras como la discografía de Nirvana, donde se aprecia palpablemente el nihilismo adolescente, aderezado de fantasías violentas, que después aparece en versiones infinitamente más tétricas y hardcore (y sin ningún atisbo de la poesía de Kurt Cobain), en las cartas y videos de los perpetradores de crímenes de odio, que a menudo se dan el tiempo de dejarlo plasmado en manifiestos. Pero parecería más sencillo votar por opciones y discursos extremos que frente a la violencia responden con más violencia, odio y promesas de mano dura, que a su vez engendran nuevamente más violencia, en vez de preguntarse por el tipo de pulsiones que produce nuestra sociedad, dividida brutalmente entre ganadores y perdedores; es decir, seguramente aquellos de las vidas no vividas. 


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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