Uno de los elementos que resultan más fascinantes de obras como las épicas o tragedias clásicas son los vuelcos de la fortuna de los héroes o heroínas. Según la usanza del recorrido arduo que forma parte del trayecto heroico, normalmente pasan por situaciones muy desafortunadas, donde suelen estar por momentos a total merced de personajes por lo general divinos (aunque no solamente, como cuando Ulises regresa como mendigo a su palacio ocupado por los pretendientes de Penélope), y tras el nuevo vuelco de la fortuna lo precario de la situación anterior parece tan remoto como para pertenecer a una vida o existencia pasada.
A diferencia de narraciones donde las dificultades son las que producen una transformación en el carácter, en las tragedias o mitos clásicos más bien los protagonistas deben resistir mientras atraviesan por las pruebas a las que los somete el destino, que a menudo ni siquiera son un castigo a un acto suyo, sino que pueden por ejemplo ser derivadas de la envidia. Así sucede en la hermosa narración de Apuleyo del mito de “Amor y Psique”, donde Cupido transgrede la orden de su madre Venus de emparejar a la hermosa Psique con alguna criatura vil y es él mismo quien la desposa, sólo que al principio bajo la petición de que ella no quiera nunca ver su rostro. Después son las envidiosas hermanas de Psique quienes la engañan para faltar a su palabra, con lo cual se termina desatando una serie de castigos y penurias infligidos por Venus, de los que Psique va saliendo airosa, siempre con ayuda externa, acaso debido a sus buenas intenciones y buen corazón.
Sucede así que los héroes y heroínas trágicos pasan por momentos sumamente bajos y es la aceptación del propio destino y la disposición a vivirlo lo que les permite seguir adelante. Con lo cual con este carácter mundano de su trayecto, a diferencia ya sea del destino basado en poderes sobrenaturales de los superhéroes, o en una especie de virtud o ética superior (Psique por ejemplo vuelve más adelante a incurrir en otra falta debido a su curiosidad, y vuelve a conseguir recuperarse), estas historias resuenan porque en el fondo implican que cada quien puede ser el héroe o heroína de su propia existencia, sin importar lo trascendente o nimia que pueda aparecer de cara al resto de la sociedad. Es decir que por momentos cada quien puede ser un Ulises que ha extraviado el camino de regreso a casa (aunque a menudo la dificultad estriba en saber cuál pueda ser metafóricamente dicha casa), o una Psique que ya sea por errores propios o por envidia ajena deba pasar por pruebas y penurias para encontrar el amor. De ahí el sentido de la frase de Salustio citada por Calasso a propósito de los mitos: “Estas cosas no pasaron nunca, pero son siempre”.
Y un último rasgo a destacar es que en los momentos más complicados del recorrido heroico la soledad suele ser absoluta, con lo que lo único que queda es el refugio de la vida interior, un poco como cuando en su documental el genial Daniel Johnston dice en una llamada desde una institución psiquiátrica que en el fondo no le molesta estar ahí, porque siempre lleva su música consigo en su interior. Quizá otra razón más para la eterna vigencia de estas historias, pues incluso en épocas particularmente ruidosas y estridentes como la actual, sirven como espacio interior para perderse ahí durante algunas horas, con lo cual la necedad de nuestros propios villanos mitológicos se vuelve más relativa, así como un tanto más digerible.
Eduardo Rabasa