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Sobre horror y desigualdad

Ciudad de México /

Cada vez que leemos o atestiguamos una de las noticias entre terribles y espeluznantes que son tan comunes en la actualidad recuerdo un pasaje crucial de Mark Fisher, de su libro Los fantasmas de mi vida: “La desarticulación de la clase social de la raza, el género y la sexualidad ha sido central para el éxito del proyecto neoliberal, pues se ha hecho parecer, de manera grotes-

ca, como si el neoliberalismo fuera en algún sentido una precondición para las ganancias que se obtienen en las luchas antirracistas, antisexistas y antiheterosexuales”. Me parece un pasaje crucial porque a mi entender lo que Fisher afirma es que el entramado social, económico y político neoliberal se da por sentado o se toma como algo inevitable, y en ese sentido es que cada lucha, o también cada comentario o crítica, funciona dentro de la idea justo de dicha inevitabilidad, por lo que normalmente la discusión se centra (no sin razón) en aspectos específicos de cada una de las situaciones, pero a menudo faltaría igualmente acompañarlas de cuestionamientos más de base que de entrada hacen que la situación que origina ya sea la lucha o la crítica sean las que son.

En el caso de los periódicos estallidos o descubrimientos de violencia sin sentido, prácticamente cada vez la discusión se centra (no sin razón) en la proliferación de armas, en los fracasos en la impartición de justicia, en la descomposición del tejido social, sin duda todos factores de peso en cada

uno de los episodios. ¿Pero sería probable que sucediera esto mismo si no existiera una desigualdad y concentración de la riqueza tan desproporcionada? (En un estudio de la Cepal presentado en 2023 en la UNAM se estimaba que en México 1 por ciento más acaudalado posee 41.2 por ciento de la riqueza y que 0.1 por ciento de las familias más ricas poseen 22.3 por ciento, es decir más de la quinta parte de la riqueza nacional). ¿Sería acaso casualidad que sociedades como las escandinavas, donde los ingresos y la vida en general se distribuyen de manera estadísticamente mucho más horizontal, no padezcan los brotes de violencia recurrentes que se observan por ejemplo en México y en Estados Unidos, una sociedad también brutalmente desigual? Si ese fuera el caso, ¿habría que suponer que existe una esencialista predisposición a la violencia en sociedades como las nuestras, y una especie de mayor bondad ética innata, justamente presente en las sociedades donde las desigualdades socioeconómicas no son tan pronunciadas?

Me parece que a lo que Fisher alude tanto en la frase citada como en Realismo capitalista es justamente a que ese tipo de estructuras profundas y las sociedades que producen se toman no sólo como inevitables, sino incluso como indiscutibles (en el sentido de que son temas sobre los que no vale la pena discutir), de manera que el énfasis se pone en los también relevantes aspectos del entramado jurídico, policiaco, de control de armas, etcétera, pero como si todo ello existiera en un vacío donde la desigualdad de base no desempeñara un papel crucial en lo que parecería ser un enquistamiento inevitable de la violencia dentro de la vida en sociedad. 

Por lo que al espanto y la denuncia que (con toda razón) se producen cada vez que atestiguamos un nuevo brote de violencia sin sentido quizá habría que añadirle preguntas incómodas sobre realidades incómodas, que aunque en general se evitan porque ahí deja de ser tan nítida la línea que separa a los buenos de los malvados, quizá tengan mayor relación de la que pensamos con estas realidades tan pesadillescas de las que en ocasiones ya no se sabe ni por dónde empezar a despertar. 


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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