Trivializar la violencia

Ciudad de México /

Recientemente venía yo viendo en un avión una de mis películas favoritas de toda la vida, Goodfellas, la genial historia real de gángsters llevada al cine por Scorsese, y mi pareja venía en el asiento de junto viendo Emilia Pérez, a la que le venía yo echando vistazos fugaces. Ya se ha dicho tanto sobre la polémica de esta película que a estas alturas sería difícil poder decir algo novedoso, pero al tener involuntariamente lado a lado dos películas que abordan el tema del crimen organizado en sus respectivas épocas y lugares, surgieron algunas comparaciones pertinentes para el debate actual sobre las formas y consecuencias de llevar al espacio creativo temas provenientes de realidades tan violentas y escabrosas.

La crítica a Emilia Pérez, más allá de la polémica por los tuits racistas y xenofóbicos de su protagonista, se ha centrado principalmente en lo ofensivo del cliché y el estereotipo tanto de lo mexicano como del personaje que transiciona. En un muy agudo artículo en El País, Paul B. Preciado la considera abiertamente una película transfóbica, que reproduce el estereotipo de brutal masculinidad violenta y de las mujeres trans como “impostoras que buscan deshacerse de la culpa de sus crímenes convirtiéndose en mujeres y pagando (en el doble sentido de pagar por las operaciones y de ser asesinadas) por ello”.

Pero además de lo anterior está el tema común también a series como Narcos y otras producciones que parecerían estetizar y glamorizar la violencia derivada de la guerra contra el narcotráfico, las desapariciones forzadas y demás. Y aquí es donde a menudo se invoca el tema de películas como El padrino Goodfellas, cuya fascinante estética, personajes y trama ciertamente se podría afirmar que vuelven incluso casi irresistible el mundo de las mafias italianas en los Estados Unidos. Al grado de que los héroes de estas películas son siempre los criminales, y tanto la ley y el orden como la sociedad respetable palidecen fuertemente en comparación. Y está también por supuesto el debate entre libertad artística y representaciones de la realidad, donde las obras no son responsables de los efectos nocivos de los fenómenos que se recogen para la producción creativa.

En ese sentido, quizá el principal problema de producciones como Emilia Pérez y Narcos sea por un lado que glamorizan una realidad particularmente espeluznante, que probablemente excede con creces a los efectos indeseables que las mafias italianas pudieron producir en la sociedad estadunidense (no sé si esa lucha contra el crimen organizado dejara más de 100 mil desaparecidos, o ranchos de exterminio). Y parecería también que, quizá por desconocimiento (muchas de las películas de mafiosos se basan en relatos producidos por los propios protagonistas, probablemente a diferencia de los guiones de las producciones sobre el narco, que parecería se elaboran siempre desde fuera y de maneras estereotipadas y superficiales), obras como Emilia Pérez trivializan tanto su materia que desembocan en una muy irrespetuosa parodia tanto de la realidad como de sí mismas. Imaginemos si en pleno Holocausto alguien hubiera elaborado un musical acerca de Auschwitz, o una serie donde los oficiales nazis fueran todos representados por los actores guapos y de moda del momento, volviéndolos un tanto irresistibles, para imaginar lo que pueda ser en la actualidad para las víctimas de esta violencia contemplar estas producciones y ver que ganan premios y se pasean por alfombras rojas por todo el mundo, a costa de volver entretenida una realidad que para quienes la padecen no es radiante ni glamurosa en sentido alguno. 


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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