En la película clásica de Elia Kazan Un rostro en la multitud (1957), una ingenua periodista llamada Marcia Jeffries acude a una cárcel local en un pequeño pueblo de Arkansas para transmitir un segmento con los reos, en una especie de rudimentario precursor de la reality television. Uno de ellos resulta ser el carismático Lonesome Rhodes, quien pronto se encumbra como personalidad radiofónica por decir las cosas como (supuestamente) son, en un lenguaje directo, que habla a las realidades de la gente común y corriente. Muy pronto se da cuenta del poder que esto le confiere y
empieza a pedir a sus miles de seguidores que hagan lo que les pide (como inundar la casa del sheriff local con sus perros), enloqueciendo en el proceso con el poder que esto le confiere. Su figura va creciendo en popularidad, poder, estridencia y falta de moral o ética, hasta el desenlace final que parecería acomodar a cada quien en el lugar que su recorrido en la historia le amerita.
Un rostro en la multitud fue precursora del fenómeno que contemplamos hoy en día del hombre extrovertido, bocón y grosero que se encumbra políticamente con un discurso antisistema, que (supuestamente) habla con la verdad al ciudadano común y corriente. Su vigencia es tal que en 2024 se estrenó en Londres una obra con música de Elvis Costello, y las similitudes con el ascenso de Donald Trump son tan grandes que la producción tuvo que explicar que no se basa directamente en su historia, para que no pareciera escrita en clave sobre él.
Lo interesante del planteamiento es una especie de oxímoron o contradicción de base, consisten-
te en la idea del ascenso de un demagogo cuya virtud, en contraste con el resto de los políticos, es que dice la verdad. Ello porque tradicionalmente la demagogia se considera dirigida a las emociones y miedos más fundamentales, valiéndose de tácticas retóricas o incluso de propaganda vil, para producir los efectos de manipulación emocional y psicológica deseados. Así que tanto en el filme de Kazan como en los casos de estas figuras que se encumbran con discursos antisistema, no es tanto que se diga las cosas como son, sino que se habla directamente a los miedos y prejuicios de la gente, lo cual en tiempos de turbulencia generalizada como los actuales, resuena con la parte más impulsiva y visceral, lo cual confiere a estas figuras monstruosas un aire justiciero o de defensores de causas populares.
Sin embargo, creo que Un rostro en la multitud no se refiere exclusivamente a las grandes figuras políticas encumbradas mediante estos mecanismos. Pues, como sucede con los grandes arquetipos, más que de personajes en específico se trata de mecanismos, y en la actualidad este tipo de demagogia que se presenta como sentido común, cuando en realidad da voz a prejuicios y discursos de odio, no se limita a la clase política, sino que está muy presente en figuras mediáticas, en ciertos sectores de la intelectualidad, e incluso es amplificada por millones de personas a través de las redes sociales. Pues lo que se presenta como decir las cosas como son, retratado desde hace ya casi un siglo en el filme, más bien da voz a una especie de mezquindad que se pretende realista, bastante alineada por cierto con el credo económico de la época y el fanatismo de mercado, que de alguna forma legitima y da permiso para expresar lo que en el fondo no son sino los viejos discursos de odio, justificación de la desigualdad y exclusión, revestidos como un nuevo evangelio que sólo se atreven a enunciar los profetas que no temen hablar directo y enunciar las cosas como verdaderamente son.