¿Inteligencia? Artificial

  • Columna de Elizabeth de los Ríos Uriarte
  • Elizabeth de los Ríos Uriarte

Puebla /

Es el año 1999 y el campeón mundial de ajedrez, el ruso Garri Kaspárov compite, frente a frente, con Deep Blue, una máquina creada por IBM que calculaba hasta 100 millones de posibles jugadas por segundo.

El resultado fue la derrota de Kaspárov quien se empeñó en indagar el sistema de cálculo acelerado que llevó a Deep Blue a ganarle la partida sólo para concluir que esa máquina, y tantas otras, sólo eran más eficientes en tiempo pero no mejores en la capacidad de intuición, espontaneidad, creatividad y aprendizaje que la inteligencia humana.

Hoy, 2024, seguimos pensando que el nombre de inteligencia artificial viene bien para nombrar a aquellas tecnologías desarrolladas por personas quienes las programan con patrones algorítmicos determinados para cumplir ciertas funciones y producir determinados resultados pero, por más sorprendente que parezca que Chat GPT 4 escriba textos enteros sobre cualquier tema en cuestión de segundos, esos que escribe, primero, fueron introducidos en la aplicación por seres humanos; luego, sigue siendo el ser humano el que crea lo que Chat GPT escribe en menor tiempo y con menor esfuerzo.

Es por esto que habría que buscar otro nombre para la inteligencia artificial, puesto que la inteligencia es facultad exclusiva de los seres humanos en tanto que permite la ejecución de dos operaciones mentales fundamentales: primero, la capacidad de abstracción, es decir, de captar lo que las cosas son y llamarlas por su nombre. Filosóficamente se le llama a este proceso “simple aprehensión” y es la primera operación mental que permite construir conceptos con los cuales, después, se construyen juicios o enunciados que, a su vez y por último, permiten realizar argumentaciones.

Nuestras conversaciones, de las más simples a las más complejas, están atravesadas por conceptos y estos, a su vez, requieren de la capacidad humana para asir la esencia de todo lo que nos rodea.

Una máquina jamás podrá identificar algo que, previamente, no haya sido capacitada para identificar pero si lo logra, es debido a una persona que lo hizo primero y que luego le “enseñó” a la máquina a hacerlo.

En segundo lugar, la inteligencia humana tiene, entre otras, una dimensión intuitiva y una dimensión analítica.

La intuición es el conocimiento que no proviene de la lógica causa-efecto pero que es capaz de asimilar datos aparentemente desconectados y obtener conclusiones válidas en un contexto determinado.

Arquímedes gritó “¡eureka!” para expresarlo, siglos después, Bernard Lonergan le llamó “Insight”. No es sólo un destello de brillantez sino una claridad obtenida tras varios análisis y estudios pero que de pronto, aparece a nuestro entendimiento sin tanta complejidad.

Por su parte, la capacidad analítica que separa en partes y luego une mediante la síntesis, pasa también por lo que Santo Tomás describió como “ponderación” y que en otras esferas de lo humano, llamamos discernimiento. Sólo la persona que piensa y siente es capaz decantar sus pensamientos y sus sentimientos para desechar lo que no le conduce a su fin y conservar lo que sí.

Su fin, dice Aristóteles, es la búsqueda de la felicidad, de tal manera que si bien todo cuanto existe tiene un telos (fin), sólo la felicidad es el telos del hombre. Esto significa que el ser humano sí tiene que preocuparse no sólo de producir y dar resultados sino de labrarse su propia felicidad.

Ninguna máquina tiene que preocuparse de que sus operaciones la conduzcan a su fin último porque los suyos son fines intermedios y lo son debido que en realidad las máquinas y su inteligencia artificial se ordenan al fin último del ser humano.

Así, la pregunta que queda por hacernos frente al rápido ascenso de la inteligencia artificial y que desenmascara como no puede ser tal, es: ¿de qué manera ésta contribuye a la búsqueda y cumplimiento del fin último del ser humano que es la felicidad?

En esto consiste la diferencia entre la inteligencia humana y la así llamada artificial.


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