Recordando las palabras de Mahatma Gandhi: “no hay caminos para la paz, la paz es el camino”, hoy es preciso volver a hablar sobre el tema de la paz que hace eco en este Día Mundial por la Paz y lo hace de manera más apremiante, cuando tenemos dos guerras en curso y sistemas democráticos quebrados que generan incrementos de estallidos sociales y de violencias institucionalizadas.
En el escenario mundial, flota en el aire una pregunta fundamental que ha dejado todo absolutismo derrocado y que sólo atina a balbucear ya no si la paz es posible sino quién la hará posible.
Los gobiernos y sus planes de cuidado han fracasado, los gobernantes y sus intereses mezquinos también, los organismos sociales se han debilitado, los poderes militares se han encrudecido olvidándose del rostro humano, ¿en quién toca ahora confiar? ¿a quién le toca pensar y trazar la paz como vía de encuentro después de la violencia? Las Universidades dibujan un espacio neutro y con alto potencial. Dos son sus características que las hacen promotoras de la paz en los tiempos que corren:
1.- Las universidades son epicentros de generación del conocimiento, pero éste jamás es indiferente ni neutro, siempre se genera con una intención, de tal manera que la pregunta de fondo es: “¿A qué y a quiénes está sirviendo este conocimiento” y las universidades que lo generan no pueden ser indiferentes a esta pregunta y, menos aún, imparciales.
En un mundo “acelerado” parafraseando a Hartmut Rosa, como el que tenemos, los avances de la ciencia se dan cada minuto y con ellos, es fácil inadvertir el vértigo de la lógica del consumo que nos coloca como objetos entre objetos. La reflexión y el diálogo académico deben ser esos propulsores que nos permitan salirnos del ritmo frenético de cambio y pausar la vida para advertir a dónde estamos yendo, es decir, retornar a la pregunta por el sentido del cambio.
Cuando en las aulas universitarias se promueve el progreso y se endiosa a la ciencia y a la técnica como únicas vías para el avance de la humanidad, se reduce la mirada a un capitalismo económico de corte acumulativo que favorece a unos cuantos y no a un deseo legítimo del desarrollo integral de cada persona en lo particular y de todos en lo común. Más, cuando en las aulas se promueve un pensamiento critico que sea capaz de diagnosticar los problemas sociales y proponerles soluciones viables, el conocimiento cobra una fuerza poderosa pues está dotado de un fin ulterior que le hace dirigirse al servicio de la promoción del bien social y no sólo del enriquecimiento personal.
2.- La Universidad, por esencia, es un espacio donde confluyen saberes variados que se ponen en diálogo, es decir, en ellas hay un constante ir y venir de contenidos plurales y de saberes interdisciplinarios que, uniendo esfuerzos, se empeñan en el trabajo conjunto de investigación. Si a ésta se le añade el factor de impacto social mencionado anteriormente, el diálogo se convierte no sólo en la conveniencia de un saber, o de muchos, si no en un talante de reflexiones comunitarias suscitadas a partir de la pedagogía del encuentro que privilegia la escucha por encima de la imposición, el análisis profundo y riguroso por encima de lo inmediato y acomodaticio. Así, se va promoviendo una metodología que atraviesa a al comunidad universitaria y que la hace un espacio seguro para el florecimiento de lo más humano que es el encuentro con el otro.
Por estas dos razones, las universidades se constituyen hoy como esos “laboratorios” sociales que acogen las condiciones necesarias para la paz: la educación, el diálogo y la búsqueda comunitaria de la verdad, la promoción de la justicia, el respeto a los derechos humanos y a la dignidad de todas las personas y, sobre todo, la voluntad para elegir la paz por encima del conflicto porque la paz, al igual que la violencia, es una elección.
Las universidades deben ser entonces esos agentes que, desde sus aulas, eligen diariamente, la paz.