Dónde se había metido

Ciudad de México /

Siente que es muy temprano para irse a la fonda y pedir el menú del día. Además, es la hora de los viejitos, y hay que andarse con cuidado porque ahí abundan la irritabilidad a flor de piel, el mal humor, la predisposición al pleito:

—Y bueno señorita: qué mis pesos no tienen águila o por qué es que no me atiende como se debe, y además me traen las tortillas bien heladas, más frías que mis patas a la medianoche…

—Ya viene su pedido, don. Están calentando las tortillas, pa’ que disfrute sus verdolagas con costillitas de cerdo. Ya se las traigo…

—Eso me dijiste hace media hora y nomás nada, todo mundo acabó de mover bigote y yo no pasó de la sopa…

—En un momentito lo atiendo. Aquí le dejo la jarra de agua.

—Nomás me doras la píldora, chamaca. Y nada de acción.

—Ya están asando su costilla, en un momento llega, tranquilo…

Es día de tianguis y la avenida se pobló con puestos de todo tipo. Las doñas aprovechan para hacer el mandado y chismear un rato: Goyita, dónde se había metido que no la miraba desde hace mucho…

Lalo El Loco para la oreja, muy atento al chisme de las vecinas. Su cubeta ya contiene algunos limones, naranjas y plátanos que los comerciantes le brindan a cambio de que se lleve la basura hasta el depósito.

Doña Pelos se deja conducir en su silla de ruedas. El Pecosvil, albañil que se forjó como chalán del maistro Panchito, la conduce y apura:

—Escoja pronto su verdura, amiguita, que todavía tengo que comer y regresar a la obra o me corre el maistro.

—Si me vas a estar carrereando mejor vete, que más vale sola que mál acompañada. Si no puedes para qué andas de acomedido.

—Uyuyuy, doña: comió gallo y quiere pelea con medio mundo. Serena, morena, que la cosa es cal-ma-da, calmada.

—Calmada estoy, pero el tiempo pasa y todavía hay que llegar a cocinar, así que apúrate.

Pecosvil ve la oportunidad de escapar mientras ella escoge la mercancía, pero le remuerde la conciencia abandonarla así como así.

—Preste la bolsa, ya pesa mucho: parece que fuera a darle de comer a un ejército.

—Y eso a ti qué te importa, ni que fueras a pagar con tu dinero. No seas metiche y dedícate a lo tuyo. Ora vamos al abarrote, casi terminamos.

Pecosvil se resigna:

—No sea encajosa, por eso nadie de su casa quiere sacarle al tianguis, en cada puesto se ponerse a chismear…

—Ya te veré a mi edad, sin nadie que se ocupe de ti, desgraciado. Lárgate si quieres, que todavía sé valerme por mí misma. Cúchila, nomás no me vuelvas a pedir prestado pa’ los camiones…

—Uh, ora va a empezar de corajuda. Serénese, que la gente piensa que la estoy maltratando y se me quedan mirando rete feo.

—Pues haz las cosas de buen modo o te hago un escándalo, para que la gente te dé una buena madriza por cabrón.

—Eso me gano por acomedido. Pero le alvierto que es la última vez.

—Pues tú que andas de ofrecido; de aquí en adelante: yo de ti, puras habas…

—Eso dice, pero qué tal cuando sus nietos la sacan a asolear y ahí la dejan las horas y horas, hasta que ya huele a tostada y amoniaco, para mí que yo se hizo del uno…

—¿Estás como tarado o así naciste? Me vas respetando o te cuchileo a mis nietos para que te den buena sacudida. Aquí déjame y vete muchísimo muy lejos, desgraciado...


  • Emiliano Pérez Cruz

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