Ya no es como antes fue, ahora reina la calma, el silencio. Antes fue la llegada del joven matrimonio: de doña Lima y él, don Chinto, con sus hijos. Luego, las tres sobrinas de ella con sus respectivas familias, se avecindaron casi enseguida pues pertenecían al mismo movimiento que se apoderó de los lotes baldíos en la colonia y alegraron el entorno, pues traían la música y el bailongo desde su anterior barrio, la Colonia Río Blanco de la Mecsico City.
Tres hijos les acompañaban y de inmediato congeniaron con los demás chamacos de la zona. El mayorcito tenía problemas con el oído, pero no le impidieron sumarse a los juegos. Sin embargo, murió durante unas vacaciones familiares: cruzó imprudentemente un calle y lo arrolló un vehículo cuyo conductor se dio a la fuga.
Doña Lima no soportó tan rudo golpe, enfermó de cáncer ya los pocos meses don Chinto enviudó. Los dos hijos concluyeron sus estudios, se mudaron de colonia y los fines de semana visitan al viudo, que habita solo la casa que antes poblaban gritos, risas, música para el bailongo…
Don Chinto se tornó irascible, pendenciero. Todas las mañanas sale a barrer el frente de su casa y si algún auto tuvo a mal estacionarse enfrente, con un desarmador le poncha las llantas y se encierra mascullando maldiciones para quienes invaden lo que considera su espacio.
Los jueves a media tarde, día de tianguis, se le ve retornar con su bolsa colmada del mandado que consumirá durante la semana. A los saludos de sus vecinos contesta con un gruñido.
En su patio creció un árbol de granada. En verano se entretiene recogiendo los frutos y luego los entrega a Pola, la más joven de su vecinas y la única con quién plática ocasionalmente y a la que acude cuando algún malestar le ataca. Yerbera de profesión, lo receta o le indica que acuda a la clínica comunitaria:
–Atiéndase o su gastritis se puede complicar. Yo creo que no come a sus horas, don Chinto. Procúrese o hasta un cáncer se puede ganar.
Cuando se sienta mal hábleme o un día de estos lo vamos a sacar con las patas por delante, allá usted.
Todas las mañanas se afana en barrer y regar la banqueta. También riega su jardinera plagado de crisantemos y malvones, siempre floridos. Por el carácter del dueño, uno esperaría más cardos que flores.
La víspera de Día de Muertos don Chinto regresa del mercado cargando un gran manojo de flores: cempasúchil, claveles, gamuzas y nube. Arma la ofrenda y por las tardes reza, solitario en su patio.
En múltiples ocasiones arma argüende porque otro auto se estacionó frente a su zaguán:
–Es que tienen su espacio y quieren más. Lo hacen por joder, pienso yo. Y se ponen al brinco si les poncho las llantas, como si yo fuera su casa a molestar. Pa mí no es justo.
–¿Qué le quitan, don Chinto? Pierde usted con los berrinches. Ni coche tiene.
–Pero vienen mis hijos y encuentran mi frente ocupado. Qué necesidad tengo de pedirles que quiten su estorbo. Yo ya no estoy para esos trotes, Pola. No soy díscolo, nomás defiendo lo que me corresponde, Pola.
–Pues usted sabrá. Mejor cuide su salud. Que ya otra vez le dio lata la colitis, que ahora la gastritis, que se le subió la presión… Las muinas lo van acabar, verá si no.