Con Estrella entre sus brazos, Omar se resigna y escucha los comentarios de sus hermanas: “A tu edad saliste con domingo siete”, le dijeron entre risas.
—Para mí que ustedes la recogieron en la calle y me le heredaron. No fue casualidad, sino malentraña humana.
—Cómo crees. Lo más seguro es que alguna gata hizo su nido en tu azotea y del cielo cayó la bebecita. Ni modo, te toca amamantar: quién lo dijera, a tu edad. Para que no te aburras y en algo más te ocupes.
Para que no evada responsabilidades, le obsequiaron una mamila en desuso, leche y croquetas para que, pulverizadas, de a poquito le enseñe a comer hasta que lo haga por sí sola.
—No olvides ponerle nombre. Por esa mancha blanca que trae en su cuerpo oscuro, ponle “Estrella”, y ojalá sea buena estrella para ti: ya es hora que te cambie la suerte.
—Estrella para el estrellado. No suena tan mal —aceptó Omar; se hizo de una cajita de cartón; puso un trozo de toalla en el fondo, para que la gatita no pase frío.
Difícil acostumbrarse a una obligación más. Estrellita se la pasó maullando sin parar los primeros días. Luego, ya solo para solicitar alimento. Pero los desolados maullidos atrajeron a los felinos del vecindario y fue un constante ir y venir de pasos gatunos sobre el techo de lámina, hasta que Estrellita dejó de lamentarse cuando él estableció los horarios para, con un gotero, darle leche y después pasta de croquetas.
No es primerizo en esto de la crianza gatuna: A Nina la adoptó un domingo, cuando la bebé descendió de un arbusto y cariñosa se restregó en sus piernas; cómo negarse a adoptarla.
Ahora, celosa, Nina se encrespa cuando Omar toma a Estrellita y la envuelve en una toalla para evitar sus pequeñas garras y facilitarse la tarea de alimentarla.
—Ni yo me nutro como ella: leche, atún, croquetas enriquecidas con vitaminas, minerales y proteínas.
Lauro, el carnicero de la colonia, dice que las clientas ya no piden pellejos para el gato: ahora, en la tienda de abarrotes, piden su lata o sobre de alimento, compran el litro de leche, lo llevan con el veterinario del mercado y gastan lo que en sus hijos no.
—Al principio Nina no aceptó a Estrellita y al verla lanzaba bufidos silbantes, con la pelambre erizada y las uñas por delante, pero al final se acostumbró y ahora, juntas, toman el sol sobre uno de los travesaños del tejabán.
—Verás qué lata te va a dar cuando esté en edad y entre en calor y ande todo alborotada ante el aroma de los machos felinos, que no te dejarán dormir con sus serenatas. No te decidiste a tiempo de ella y ahora ya te encariñaste con el animalito.
—Animalote yo, que no tuve corazón para echarla al bote de la basura. Ahora ya duerme muy abrazada con Nina y juntas arman el espectáculo de corretearse por todo el depa, subiendo y bajando por donde se les antoja, sin tirar nada: tienen una habilidad que ya quisiera yo para el diario.
Nina y Estrella escuchan la conversación, luego, en las alturas del librero, se lamen una a la otra; también se restriegan contra las piernas del hombre y alborozadas maúllan cuando destapa una lata de atún; el aroma las enloquece e incrementa el agradecimiento a Omar con cariñosos restregones.