Muy de mañana comienza la actividad en el panteón de Santiago Cuautlalpan, Edomex. Madrugaron los vendedores ambulantes y ahora ofertan, entre otras linduras: cempasúchil, flor de muerto, terciopelo, nube, margaritas…
—Para que el sol no atarante, madrugamos, antes que se arme el gentío y ni gota de agua de la fuente alcancemos pa’ las flores de los fieles difuntitos.
Otros comerciantes ofrecen chicharrones de harina con harta salsa Valentina; o las semillas con sal tostadas, distribuidas en su típica canasta, son la botana: pepitas de calabaza, cacahuates, garbanzos y semillas de capulín enchilados o salados, trozos de carne seca llamados chitos…
Para calmar la sed están las infaltables tinas atestadas con refrescos, que compiten con el señor del tepache —en su barril de madera, con harto hielo—, y con el hombre que aún pregona “la nieve, nieve, de limón la nieve…”
Con guitarra, tololoche, redoba, acordeón y bajo sexto, el conjunto de música norteña camina entre las tumbas y ofrece sus servicios para dedicar al difunto la canción ranchera de su preferencia: “Tu recuerdo y yo”, “La que se fue”, “Margarita, Margarita”: Ay, qué lástima; ay, qué lastima;/ ay, qué lástima me da/ de ver a margarita/ que llorando está… Te voy a compra chinela/ y un vestido muy bonita/ para que bailes la polka/ al estilo tlacuachito…
—Acomídete y ve por más agua para lavar las lápidas, que ya están rete percudidas por la contaminación. Pásame la cubeta, el cepillo y el jabón… Ese aparato te tiene bien enviciado
—¡Ya voy, ya voy! —rezonga el chamaco, que no deja un momento el teléfono celular.
El sacerdote de la comunidad oficiará misa al mediodía, “para honrar a nuestros hermanos, que ya descansan a la diestra del Señor”. Sus auxiliares improvisan lo que será el altar. El aroma a incienso se extiende y para las mariposas blancas y monarcas son un festín los ramos con que comienzan a florear las tumbas.
Las trompetas del mariachi van del tono festivo al evocador, y animan a quienes con rastrillos, palas y picos despejan la maleza, que oculta algunos sepulcros. Humildes ramilletes y soberbios arreglos florales arriban al camposanto. También, discretamente, pachitas y botellas que contienen la preferencia etílica que fue del difunto. Salú. “Ahí le pasó el frasco, compadre, nomás no se avorace y que role”. Al llegar la estacion cariñosa,/ donde alegres cantaban las aves,/ vamos pues mi querida Rosita/ a escuchar esos dulces cantares…
Los cohetones atruenan y le cuelgan blancas nubecillas de humo al cielo. Los familiares arriban con bolsas y canastas provistas de comida, el tentempié para acompañar al difunto en su día, sin la presión que el hambre ocasiona.
El calor arrecia y las sombrillas, cachuchas y sombreros atenúan los rayos del sol. Un trago de cerveza contra la sed. A lo lejos, desprovistos ya de glaciares, los volcanes Popocatépetl y el Iztaccíhuatl estampan su silueta en el horizonte, pintado de naranja por el sol del atardecer.
La chiquillada se entretiene tronando cohetes y palomas, activando zumbadores, abejas y ollitas. Con las herramientas arrastrando, la gente retorna a sus hogares, y los perros como escolta, con el rabo arriscado.