La gente es cañona

Ciudad de México /

Intentó tomar la taza de café, pero el brazo no respondió. Levantarse para abandonar la fonda donde a diario acude a desayunar le resultó difícil, y cuando al fin logró hacerlo un mareo le acometió. Se sostuvo en el respaldo de una silla, hasta estabilizarse.

Una joven comensal, al advertir su trastabilleo, le auxilió brindándole su brazo como apoyo, a lo que Josué correspondió con un sonrisa forzada:

—Muchas gracias, estoy bien: gracias –dijo y se dirigió a la salida. El vendedor de alegrías, morelianas y garapiñados le acercó el canasto con las golosinas:

—Qué le ofrezco, patrón… Lo que guste, a diez, a diez pesitos la pieza.

—Dame una moreliana, cuate. Creo que se me bajó la presión. Con lo dulce me aliviano…

Pagó el dulce y se fue sorteando los puestos de juguetes y adornos navideños. En uno de ellos se detuvo y adquirió heno, musgo y pelo de ángel para montar la escenografía donde desplegará las figuras de barro alusivas al nacimiento del Niño Jesús:

—Mi difunta esposa no me perdonaría si el nacimiento falta. Costumbre de la gente, que la difunta me heredó. Con una advertencia: que no olvide poner agua para los animalitos…

La vendedora le obsequió una estrella de Belem elaborada con papel aluminio y diamantina:

—Para que ilumine el camino de los peregrinos, patrón. Capaz que se desvían y no llegan a tiempo para el arrullo del Niño Dios.

También se hizo de fruta para preparar ponche y de varias piñatas miniatura que pegó en su puerta.

—¿Me invitará o no a su posada, vecino? No se pase de díscolo, que arriba está El Que Todo lo Ve, no se olvide.

—Claro que no, vecina. Faltaba más… Nomás que no habrá posada, ya ve que todo está muy caro…

—Pues entonces lo invito yo, será en casa de Sandra, que es la que con su pipiolera de chamacos hijos arma la fiesta y usted nomás lleve lo que gusta beber, si es con alcohol. Cómo ve…

—Pues iremos, cómo de que no. Para brindar con los vecinos, que no lo desconozcan a uno, ¿cómo ve?

—Bastante bien, así se quita la opinión de que es usted muy alzado, apretado, que se hace del rogar.

—Ni lo conocen a uno y prejuzgan. No haga caso y verá que hasta unos bailazos nos echamos en la posada, claro que sí…

—Si tiene novia, se la trae: así calma el chisme de que a usted se le cae la mano…

—Por mí que digan lo que digan, que para comer prójimo: cualquiera, ¿a poco no? No se muerden la cola porque no alcanzan, si no todos serían chincolos, créamelo…

—Le creo, pero ya sabe que las apariencias engañan: la gente es cañona y nunca dejará de prejuzgar.

–Si no comemos gente no estamos en paz, don. No entendemos que para vivir en paz: ver, oir y callar, si la quieres cotorrear…

—Ni quién se crea eso, don. Si así fuera, todos viviríamos en santa paz. El respeto al derecho ajeno, dijeron en Guelatao. Pero hasta acá no se escuchó…

—Pues a sacarse la cerilla y parar la oreja. Vive y deja vivir, creo que no es difícil: solo es cosa de no hacer a los demás lo que no quieres que te hagan…

—Uh, tan difícil que es lo sencillo. Debería hacerse predicador, don, nomás endurezca su caparazón para evitar la decepción. O aprender las malas mañas y defenderse o el pueblo bueno se lo almuerza. Comer prójimo es un deporte inmortal, ya sabe. 


  • Emiliano Pérez Cruz

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