Prepárense pa'l Año Nuevo

Ciudad de México /

Inclinada sobre el lavadero, Anita apura sus quehaceres para dejar la casa lista y recibir al par de hijos, sus esposas y la tercia de nietos que adora.

 Cambia cortinas, encera pisos, aplica aromatizante ambiental y se da tiempo para irse al mercado y adquirir lo necesario para elaborar la ensalada de frutas que, en el sorteo, le tocó aportar para la cena de Año Nuevo.

Doña Griselda se apuntó para auxiliarla en los preparativos, a sabiendas que será incluida como un miembro más de la familia:

–Usted prepare los ingredientes para su ensalada y yo me encargo de lo demás, Anita. La veo muy atareada: relájese y verá que todo sale bien. Al rato llega su gente con la comida.

–Relajada estoy, fui temprano al tianguis, para que no me agarren las prisas a la hora de la hora. Los días pasan  y el fin de año ya está aquí…

–Como cada año, usted se propone atender a su pipiolera y termina su año atareada y al otro día, a levantar el tiradero…

–Pues mire: cuando menos llevarse la fiesta en paz; los chiquillos retozan a su gusto en el patio, tronando sus cuetes y chinampinas.

–Contaminando y dejando su pedacería de papel por todos lados. Sea por Dios, qué carambas…

–La de buenas que está usted echándome la mano, que si no: solita me vuelvo loca, Griselda, se lo juro… Vienen las nueras, disfrutan, se carcajean con ganas pero ni su plato se comiden a lavar.

–Los tiempos cambian, Anita. Qué esperanza que nuestras mamases nos dejarán chacotear mientras ellas se partían el lomo. “Mueve las manitas o te las nuevo a cintarazos”, decía mi mamá, que en la Santa Gloria esté, y bien que se aplicaba una o te soltaban el manazo. Claro que se agilizaba una, a querer o no.

–Ahora les alza tantito la voz a los escuincles y amenazan con demandar por Maltrato Infantil, Griselda.

–Yo digo que ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. Mejor enseñarles a ayudar y que se ganen su lugar en la fiesta. Y todos contentos. Ya si se niegan, habrá que darles ánimo, y de que ayuda, ayudan.

–Páseme las cañas p’al ponche, yo las pelo mientras usted pica la fruta. Y acabando, me da papel periódico para limpiar los vidrios de las ventanas.

–Ahi sírvase usted del montón. Y con la franela me le da una sacudida a los muebles. Ya mero acabamos, gracias a usted, que solita yo termino hasta el Día de las Madres, se lo juro.

–Ya debería usted dejarse apapachar y que la lleven hijos y nueras a cenar fuera. Al otro día verá el tiradero y nadie para que ayude…

–Pues me gusta juntar a la familia y eso implica labor y más labor. Y queda la satisfacción…

–Y el lomo adolorido, y el trasterío sucio que no tiene para cuándo acabarse. Es mucha friega para una sola persona. Y luego ni agradecen: los hombres se dedican a empinar el codo, y al otro día se la pasan curándose la cruda y las mujeres: a preparar el almuerzo, la comida, y se van y la señora de la casa, a poner todo en orden… 

–Pero a poco no da gusto tener a la pipiolera junta y de buen humor y con los mejores deseos para el año que empieza y la apertura de regalos y los escuincles retozando felices…

–Pues yo soltera, sin perro que me ladre ni nietos que me haga ver mi suerte, soy feliz. Ora sí que cada quien su gusto… 


  • Emiliano Pérez Cruz

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