En el barrio parece una moda, pero dicen que más bien es el espíritu del tiempo. Sobre la banqueta y a las puertas de su casa, doña Ena coloca un viejo tapete y sobre él extiende cacharros y trebejos que ya dieron de sí: ollas despostilladas, cubetas, tinas, sartenes, bolsos, canastos, zapatos, ropa diversa…
Además, muy de madrugada y hasta agotar el contenido del bote, ofrece a sus clientes tamales de mole rojo, salsa verde o de dulce, para los niños. Así se gana la vida; no hay de otra, caray.
Acerca de la ropa usada, dice que los tiempos no son tan buenos para el vecindario, que con pena o ya desinhibidos, hurgan entre la mercancía hasta que hallan algo de su agrado, regatean el precio al marchante, pagan y se van con los relingos, menos luidos que los que visten.
Ena es platicadora y comenta a doña Juana que la ropa que oferta se la allegan familiares y amigos, quienes hurgaron en closets y roperos, separaron prendas que rara vez utilizan y las cedieron a Ena: “A alguien le servirán y a ti en algo te alivia el dinerito que te den por ellas”.
–Dicen que nunca falta un roto para un descosido –dice Ena– y vaya que aquí me convencí con creces: lo que una ya no ve útil, a otra le cubre alguna necesidad. Los chamacos, ¡cómo desgastan los tiliches!
Y no es la única vecina que extiende sus trebejos sobre la banqueta. La Lucas tiraba las botellas de ron o brandy que el marido o sus hijos consumen; ahora exhibe los envases y no falta quien se lleve alguna botella.
–En esta vida todo se vende, nada te regalan.
Doña Chela pasó y se llevó un frasco de boca ancha: que para preparar en él alcohol para sus reumas; le agrega marihuana que sus nietos le consiguen y deja reposar la pócima dos semanas. Con ella frota sus pies, pantorrillas y muslos; dice que le alivian el malestar de la reuma.
Ena se volvió la competencia del comprador de frascos vacíos de cremas y perfumes: cada 15 días se apersona y pregona desde una bocina la compra de envases:
–Le pregunté alguna vez y me dijo que en el centro de la ciudad adquiere lo necesario para llenar los frascos y ofrecer el contenido en los tianguis que cada semana se ponen en las calles del municipio.
–Pues así es: lo que para mí es basura, para otros mercancía. Antes, los del carro de Limpia separaban los frascos, pero dicen si ya casi no encuentran porque la gente prefiere venderlos por pieza. Y es que como ama de casa, una tiene que ver cómo acabala el gasto, que nunca es suficiente para llenar las bocas de la familia. Mi viejo compraba el periódico y se iba a la basura. Ahora lo separo y lo vendo en el expendio de desperdicios: pagan a 60 centavos el kilo, pero pues quién te regala esos centavos.
Ena recibe cuántas piezas de vestir le allegan sus vecinas. Separa las que considera que alguien usará y agrega las más desgastadas al costal que luego venderá en el puesto de reciclaje.
–Papel, botellas, trapos, latas que antes iban a la basura, ahora las voy separando y cuando ya vale la pena cargar, la llevo al expendio y regreso con 20 o 30 pesitos en la bolsa. Decía mi abuela que “de granito en granito, llena la gallina el buchecito”, y sí: de frasquito en frasquito, me hago de unos pesitos.
* Escritor. Cronista de Neza