Todos fueron cayendo

Ciudad de México /

Era inquieto, cómo de que no. Hasta que las paperas lo aquietaron. El doctor Carlos dijo: este muchachito tiene las glándulas salivales inflamadas y de ahí viene el dolor, además de la fiebre, el cansancio y la ausencia de apetito. Es posible que al rato también se le inflamen panza, cuello, músculos, pelvis, además de las pelotas; por la inflamación habrá  dificultad para tragar, dolores de cabeza, ganglios inflamados, hinchazón del cuello y de glándulas salivales, dolor de oídos que, si se descuidan, pueden ocasionar sordera, así que: muchos cuidados y a guardar cama, muchachito; y usted, madrecita, tendrá mucho trabajo porque sus demás chamacos van caer: las paperas las causa un virus y se transmite por la saliva o gotitas que salen de la boca, la nariz o la garganta al toser, estornudar, hablar o al compartir botellas de agua, tazas o jarros, y también por besarse; aquí tiene la receta para que compre los medicamentos.

Mamá puso cara de ahora sí que ya torció la puerca el rabo: el hombre se me va a enmuinar, porque vendrán gastos y más gastos; peor tantito si todos ya están contagiados; sólo Dios sabe cómo se pondrá el asunto.

Los chiquillos pusieron cara de compungidos: cada que alguien enfermaba era sometido a una rigurosa dieta que consistía en caldito de pollo, sin tortillas ni pollo, sólo verduras, pues la carne la reservaba para el padre, “él tiene que irse a trabajar y si no come bien, se nos debilita y entonces sí, ¿qué vamos a hacer?”, sentenciaba y así evitaba alegatos.

Para que la mamá pudiera atender los quehaceres de la casa aceptó la oferta que Yola, hija de doña Esperanza la Güera, le hiciera:

—Usted nada más me pega un grito y yo vengo a la carrera para echarle la mano: dar su medicamento a los chamacos, que coman a sus horas y hagan las tareas de la escuela: hace rato fui y me dieron la lista de qué deben hacer, para que no se atrasen.

Agradecida, la mamá dejó de sentir que el mundo se le venía encima y agradeció el apoyo que la joven vecina ofrecía.

Los chamacos, encantados: porque Yola era muy guapa y aunque de carácter fuerte, los trataba con cariño y leía en voz alta historias de aventuras: La vuelta al mundo en 80 días, Viajes de Simbad, De la Tierra a la Luna…, y si alguno de los bodoques empezaba a cabecear, lo acurrucaba en su regazo y dejaba que se arrullara con la lectura.

Vivillos desde chiquillos, fingían sueño sólo para que Yola los acurrucara y ellos sintieran el calor de sus adolescentes senos; cuando intentaba depositarlos en la cama, fingían despertar sobresaltados, nerviosos.

—Ajajá, conque mañositos los chiquitos, ¿eh? Pues si ya despertaron: traigan su cuaderno y les pongo unos ejercicios de caligrafía, para que cuando vuelvan a la escuela ya no lleven sus horrorosas letras, ¿de acuerdo? Y van a leer pero sin tartamudeos ni faltas, porque ya su mamá me dijo que, si no se aplican, juegue con ustedes a las manitas calientes, y les pueden tocar buenos manazos, ¿estamos de acuerdo?

Ni hablar, mujer… De inmediato los bostezos volvían. Pero también Yola fue vivilla desde chiquilla, cómo no. Y por desgracia no había modo de engañarla y volver a acurrucarse en su cálido y juvenil regazo.

Emiliano Pérez Cruz*

* Escritor. Cronista de Neza


  • Emiliano Pérez Cruz

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