Clarice Starling llega a Baltimore, la Ciudad de los Cuervos, tal como narré en la columna de la semana pasada.
Con la presente entrega, 30-30 cumple nueve años de aparecer cada semana en Milenio Laguna. Muchas gracias, lector. Y continuamos.
La estudiante más aplicada de la academia del FBI baja las escaleras del manicomio de máxima seguridad, atraviesa puertas con candados y, luego de recibir instrucciones, camina por un pasillo casi en penumbras, flanqueada a la derecha por un muro de piedra.
No debe voltear hacia la izquierda, pues allí están, en sendas jaulas, los asesinos seriales de la prisión.
Al final encontrará, le han dicho, al más peligroso de todos, el caníbal, asesino múltiple e, increíblemente, psiquiatra Hannibal Lecter.
Clarice está muy nerviosa.
No obstante, cuando llega frente a la última celda, ve a un hombre de pie, de mediana estatura, ciertamente en forma, de unos cincuenta años, que expresa con educación: “Buenos días”.
Ella dice su nombre y le pide permiso para hablar con él.
No podemos negar que los lobos más salvajes son aquellos que llevan apariencia de corderos.
Su especialidad es engañar, esconder su naturaleza más profunda, jugar con la certeza de nuestra percepción, porque siempre es mejor creer que no existen los monstruos ni el mal, que no hay quien desee hacernos daño
Lecter más que nadie conoce la mente humana y juega con la esperanza de Clarice.
Sabe, además, que está allí para avanzar en su carrera, que necesita algo de él. ¿Qué es?
Información, pistas sobre un asesino que anda suelto y al que han llamado Buffalo Bill.
Hannibal pretende conocer el caso desde el punto de vista clínico. Y esa es la cuestión: todos saben que dentro del monstruo hay un hombre inteligente y altamente sofisticado.
Y es ese hombre quien se siente ofendido cuando Clarice le da un cuestionario de personalidad. “¿Crees que podrás disecarme con este instrumento sin filo?”, le pregunta.
Luego, la ataca donde más le duele: “Eres muy ambiciosa”, le dice.
“¿Sabes qué pareces con tu buen bolso y tus zapatos baratos? Pareces una pueblerina.
Un poco de buena comida te ha dado algo de altura, pero no estás a más de una generación de la gentuza, ¿no es verdad, agente Starling?”.
Entonces la entrevista parece terminar. Clarice emprende el retorno, con la cabeza baja y la espalda encorvada.
Sin embargo, antes de llegar a la puerta, la estudiante es agredida por uno de los presos; de inmediato, Hannibal la llama a gritos para que regrese, y le da una recompensa, según él, por la increíble descortesía.
Frente a frente, le da una pista (sobre el crimen) para que consiga lo que más desea. “¿Qué es?”, pregunta Starling. “Ascenso”, responde él.
De esta manera, Lecter ha logrado dos cosas. Se erige como un experto en el crimen que ella investiga.
Y convence a Clarice de que dentro de él existe un ser humano que actúa con decoro, que posee límites y que no le hará daño pese a su peligrosidad pretérita.
Y es que, lo sabremos más tarde, esa es una de las fantasías más profundas de Clarice.
Así, cabe preguntarnos, ¿acaso los monstruos existen en nuestra mente antes de encontrarlos en la realidad?
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