Faetón, el hijo del sol (6): El final

  • 30-30
  • Fernando Fabio Sánchez

Laguna /

La Madre Tierra había hablado, implorando a Zeus que detuviera los daños que causó Faetón al tomar el carro del Sol.

Y el Padre Todopoderoso llamó a los dioses y en especial a aquel que había entregado los caballos del Sol a su hijo.

Y es que, si el gran dios no hubiera decidido intervenir, el mundo entero habría quedado en ruinas.

Así ascendió al cenit del Cielo, desde el punto donde acostumbraba a cubrir la tierra de nubes, desplegar truenos y lanzar trémulos rayos.

Pero en ese momento no había ya nubes sobre la tierra ni lluvia para hacer llover.

No obstante, poseía el trueno, y en su mano derecha fue creando una centella. 

Y, luego de alzar el brazo hasta la oreja, lanzó el rayo hacia el cochero, derribándolo del carro y sacudiendo el alma de su cuerpo. 

Después apagó el fuego ardiente, utilizando fuego cáustico.

Los caballos enloquecieron y saltaron hacia diferentes direcciones, dislocándose del yugo y quedando libres.

Las riendas quedaron por un lado y, por otro, el eje, desmembrado del poste de control.

Las ruedas estaban destrozadas, los radios esparcidos, y todo caía como una lluvia de escombros.

El cabello rojo de Faetón era una columna de fuego, y el hijo delineaba un arco prolongado en el cielo, dejando un rastro como si fuera una estrella fugaz en la noche de un cielo despejado.

Llegó a una región distante del orbe, muy lejos de la tierra en que había nacido, por el Erídano, el más acaudalado de los ríos, y el que mojó su cara ardiente.

Las náyades hesperianas enterraron su cuerpo, que aún humeaba por efecto del rayo poderoso, y escribieron el epitafio sobre su tumba:

AQUI YACE FAETÓN, QUIEN TOMÓ LAS RIENDAS QUE ERAN DE SU PADRE. SI PERDIÓ EL CAMINO, SU GRAN OSADÍA PERMANECE.

Su padre, aquejado por el dolor, escondió el rostro. Y si creemos lo suficiente, un día entero sucedió sin sol. 

No obstante, los fuegos que seguían ardiendo alumbraron, sirviendo a tal propósito.

Clímene, su madre, dijo las palabras que se dicen en momentos tan terribles, y luego, desquiciada por la tristeza, se arañó los senos y vagó por el mundo, buscando el cuerpo de su hijo y después sus huesos.

Y encontrándolos en la orilla de aquel distante río, cayó de rodillas y lloró sobre la tumba, rozando el nombre labrado de su hijo con su pecho abierto.

Sus hijas, las Helíades, se lamentaron de igual manera, llorando sobre el sepulcro y dando tributo al recién fallecido. 

Y, golpeando sus pechos con las palmas, anunciaron luto en el día y la noche por Faetón, quien nunca más llegaría a escucharlas.

Este fue el destino del viajero errante, hijo de dos naturalezas, rostro del fuego y pronunciación del agua, como un cometa en el firmamento.

*Traducción y selección personal de “Metamorphoses”: Ovidio (Hackett; trad. Stanley Lombardo).

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.