Las metamorfosis: Dédalo e Ícaro

  • 30-30
  • Fernando Fabio Sánchez

Laguna /

El rey Minos había exilado a Dédalo en la isla de Creta. Lo encerró en el laberinto que el mismo Dédalo diseñó. El arquitecto levantó el rostro y dijo:

“Me puede confinar a esta cárcel de piedra y agua, pero el cielo se halla abierto. Por allí escaparemos, hijo. Minos podrá ser dueño de todo, pero el aire no le pertenece”.

Entonces concentró su mente en artes desconocidas. Colocó plumas en el piso, ordenándolas de mayor a menor. 

Luego ató la parte media de las plumas con un hilo y en las puntas inferiores derramó cera. 

Después curvó la formación para imitar el ala de un ave.

Ícaro, su joven hijo, observaba a un lado, sin intuir todavía el peligro que le esperaba. 

Recogía más plumas, dispersas por el viento en los corredores del laberinto, y amasaba la cera con el pulgar para asistir a su padre.

Dédalo extendió dos alas idénticas a los lados y empezó a elevarse por obra de las corrientes del viento.

El padre le había dado alas a su hijo también. 

Le había advertido: “Quédate a media altura, pues si vuelas muy bajo, el agua aumentará tu peso; y si vuelas muy alto, el calor del sol quemará tus alas. Permanece a mediana altura y sígueme siempre”.

Tras decir estas palabras, el padre derramó unas breves lágrimas. Las manos le temblaban.

Dédalo besó a Ícaro y se elevó en el aire, desplegando sus alas y tornando la cabeza hacia él, temeroso como un ave que le muestra a su cría el camino fuera del nido por primera vez.

Un pescador con su caña en la mano observó a los dos desde la isla, también un pastor que se reclinaba sobre su bastón y un campesino que araba. 

Eran dos creaturas en el cielo, remontando las corrientes, como dioses.

En el aire, la isla de Samos estaba a la izquierda y, a la derecha, se alejaban Lebintos y Calimno. 

Delos y Paros habían quedado atrás desde hacía tiempo. En ese instante, el joven se entregó a maniobras muy atrevidas y se desvió de la senda del padre.

Se sintió atraído por el cielo y voló muy alto, hasta llegar muy cerca del sol abrasador. La incandescencia aflojó la cera que mantenía la unión de las plumas, y al final la derritió.

El joven batió sus brazos desnudos, sin el plumaje que lo había propulsado, y cayó al mar, gritando el nombre de su padre. Entonces se perdió en la superficie azul.

El padre, afligido, gritó: “Ícaro, hijo, ¿dónde estás? ¿Dónde debo buscarte?” Lo llamó muchas veces: “Ícaro, Ícaro, hijo mío”.

Entonces vio las plumas flotando sobre las olas y maldijo cada una de sus artes. 

Luego de recuperar el cuerpo, lo enterró. La región es ahora conocida como Icaria, en honor al hijo muerto.

*Traducción y selección personal de “Metamorphoses”: Ovidio (Hackett; trad. Stanley Lombardo).


fernandofsanchez@gmail.com

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.