¿Cuándo empieza la madurez? ¿Qué la acompaña? La semana pasada conocimos a una Ixchel joven, ahora nos adentramos en su segunda edad.
Luego del esplendor de una luna llena, la oscuridad comienza a invadir por la derecha la superficie lunar.
Por donde había entrado luz, se instala ahora su ausencia.
Además de menguar, la Luna se desfasa en su aparición durante el crepúsculo.
Si antes se elevaba casi al anochecer, ahora emerge cuando ya está entrada la noche y los planetas y estrellas han brillado por horas.
Así, la Luna no solo va perdiendo el resplandor; parece más lenta, más tardada, como si su influencia —en comparación con su fase creciente— perdiera protagonismo.
La Luna ha quedado despojada de sus ropas —como lo dice el “Códice Chimalpopoca” en la tradición náhuatl—, o ha sido mutilada, como en el caso de Coyolxauhqui.
Los mayas dirán que ha avanzado en su edad, que Ixchel ha pasado de ser joven a volverse anciana.
Aunque no debemos confundir edad —disminución luminosa— con debilidad; al contrario.
La diosa lunar Ixchel ha entrado en su fase más poderosa.
En el “Códice de Dresde”, la Ixchel mayor aparece como la Diosa O, antecedida por el prefijo “chac”, que significa rojo o grande, formando uno de sus nombres Chak Chel.
Es fácil identificarla precisamente por su cuerpo rojo, un color-cuerpo de gran fuerza.
Posee arrugas marcadas, dientes a veces afilados, gesto adusto.
Muestra en ocasiones una oreja de jaguar y un “ojo Ix” moteado, asociándola a la bestia poderosa de la selva nocturna.
Lleva una serpiente enrollada en la cabeza, vínculo con la serpiente divina del origen, la lluvia y las tormentas.
En la escena del diluvio o gran lluvia del mismo códice, Chak Chel está volcando una vasija, derramando agua, en paralelo al reptil o cocodrilo celeste que vomita agua desde el cielo.
Chak Chel aparece así en los almanaques de lluvia, asociada a los Chaacs.
Si en su juventud se la relacionaba con el tejido por su capacidad creadora y nutricia, la Ixchel mayor representa el agua y su fuerza destructiva —y por eso renovadora— de las tormentas y los huracanes.
Podríamos pensar que hay una coherencia mítica en que los huracanes reciban nombre de mujer.
La Ixchel roja es sabia, enérgica y tajante como la muerte.
Las garras en manos y pies, visibles en algunas imágenes, demuestran su carácter liminal, más allá de lo humano.
Lo mismo ocurre con su falda decorada con huesos cruzados y globos oculares.
Se eleva —así— como diosa de la medicina, pues controla la salud y no solo el desarrollo del cuerpo. Es sanadora y no solo hilandera.
Esta Ixchel es la abuela mayor, creadora y destructora, capaz de iniciar y terminar ciclos cósmicos.
Parafraseando la famosa frase: Ixchel es la destructora —y la creadora— de mundos. Una deidad que ha alcanzado, a lo largo de la edad, el dominio de su energía femenina.
En esta época final del año, la imagen de Ixchel brilla en nuestra mente.
Primero nos dio el principio y la carne del tiempo en forma de meses.
Experimentamos su esplendor luminoso en el verano.
También sufrimos los huracanes que reiniciaron ciclos en diferentes regiones del país.
Ya en diciembre, es la figura maternal —guadalupana, como leímos hace unas semanas.
Hoy, como un reloj de arena, nos marca los minutos, mientras caminamos hacia una Luna nueva: el vacío de un nuevo inicio.
Y allí tendremos que iniciar de nuevo.
Deseo que disfruten los últimos instantes de luz en este 2025.
fernandofsanchez@gmail.com