En el mundo globalizado que nos ha tocado vivir, con una sociedad donde el individualismo constituye una de sus características, el egoísmo se había venido presentando como una tendencia, como una actitud constante entre las personas, llevándonos a lo que Zygmunt Bauman llama ceguera moral, es decir, una especie de indiferencia frente a lo que pasa a nuestro alrededor o ante el sufrimiento de los demás.
Además del individualismo y del egoísmo, presentes en el tipo de sociedad que entre todos hemos venido construyendo, el uso de la tecnología, y particularmente de las herramientas digitales que debieran propiciar una mayor y mejor comunicación entre los individuos, paradójicamente ha dado lugar a un cierto tipo de aislamiento cuando se interactúa, en muchos casos, con los dispositivos móviles sin interlocutores de carne y hueso, leyendo memes o mensajes genéricos, a la vez que enviándolos sin destinatario específico.
Quiero pensar, optimistamente que la pandemia, con todo lo malo que ha traído, abrió la posibilidad de que esto cambie.
Hoy que decenas de miles de personas han (o hemos) dejado de ver el sufrimiento solo en otros o como algo lejano, porque también nos ha alcanzado, tenemos razón para cambiar de actitud; dejar atrás el individualismo y el egoísmo puede ser algo positivo derivado de la crisis sanitaria.
Podemos retomar la importancia de la solidaridad y de la empatía, practicarlas de nueva cuenta en nuestra vida cotidiana y en la relación con los otros.
De igual forma, vale destacar como otro saldo positivo de la pandemia, la recuperación del valor comunicativo de las herramientas digitales: hacer video llamadas a nuestros familiares y amigos; usar plataformas para acercar a personas con propósitos positivos; socializar información necesaria para atender la salud y ofrecer o solicitar apoyo ante situaciones de emergencia.
En el sector educativo se pudo tener comunicación directa con un alto porcentaje de alumnos y padres de familia con intención formativa, compartir actividades, propiciar aprendizajes, recibir y evaluar evidencias de los mismos.
Hay una resignificación en cuanto al uso de las herramientas digitales, lo que implica un necesario cambio de actitud hacia ellas.
Precisamente ese necesario cambio de actitud es lo que deseo enfatizar para concluir este escrito.
Retomo una expresión de Ernesto Sábato en su libro Antes del fin:
“Aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador, y no nos es dado corregir sus páginas”, lo que me lleva a expresar que, al ser una persona que no voy los domingos a ninguna iglesia, para mí la religión es vivir y actuar de tal forma que ni ahora ni después me dé motivo de vergüenza.
No sé si lo cumpla en lo que me resta de vida, pero al menos la pandemia me ha permitido pensar en ello.