Pocos hombres tienen la posibilidad y la oportunidad de asumir conscientemente el sentido de su trascendencia.
Uno de ellos, figura destacada de la historia de México, fue el Gral. Lázaro Cárdenas del Río.
Su pensamiento, convertido en acción, quedó perfilado en obras que han permanecido a lo largo del tiempo, por su solidez y sus repercusiones para el país.
Cárdenas, como pocos personajes, está presente en el imaginario social, en la memoria colectiva de los mexicanos.
Por algo será.
Muchas páginas se han escrito sobre él. ¿Qué más podríamos decir? Realmente poco, sobre todo porque no tengo formación de historiador o de investigador.
No obstante, tomando en cuenta que este 19 de octubre de 2020 se cumplen 50 años de su fallecimiento, rindo homenaje como maestro a ese hombre de cualidades excepcionales para su tiempo.
Hizo una carrera política impresionante desde muy joven y en todos los cargos ocupados mantuvo, como sustento de su desempeño, claros principios revolucionarios.
Lo que debe destacarse, o al menos así lo valoro contrastando su actuar con otros gobernantes, es su cercanía con la gente, su sencillez, sensibilidad y solidaridad.
Pero también los rasgos que no son comunes a muchos funcionarios: honrado, austero, incorruptible y eficaz.
Desde su partida en 1970, su ausencia física hizo más grande su presencia.
Cárdenas no solo está considerado el mejor Presidente de México del siglo XX, sino también el más valorado ex presidente. Estoy convencido de ello como maestro que he aprendido a reconocer la importancia de la historia.
Dos educadores laguneros me enseñaron la relevancia de quien hizo posible el reparto agrario en esta región en 1936 y la expropiación petrolera en 1938: don José Santos Valdés y Andrés Silva Zavala.
Ellos imprimieron a la Normal de Lerdo el sello cardenista: le pusieron el nombre del general michoacano a la institución, erigieron un busto a su memoria, compusieron un himno a la escuela con alusiones al prócer y otras acciones más vinculantes al personaje.
Todo ello me llevó a asumir el cardenismo como una filosofía, que he procurado mantener hasta el día de hoy.
El maestro Valdés escribió en 1970, a diez días de la muerte del general, un artículo donde afirmaba que “todo gran estadista para serlo de manera cabal, ha de tener mucho de educador.
Y como todo educador auténtico ha de educar con el ejemplo de su propia vida, de sus propios actos, de sus propios gestos.
Sólo así se puede adquirir la estatura de gigante que necesita el que quiera convertirse en conductor de pueblos”.
Los maestros no debemos olvidar esto.