La música es un arte al que difícilmente se pueden sustraer los seres humanos.
Todos en algún momento requerimos de ella en función de estados de ánimo o de circunstancias.
Son tantos los géneros, tantos los artistas que han producido obras que permanecen en el gusto de la gente, que es seguro encontraremos siempre algo que nos agrade, que nos ayude a pasar un trago amargo, nos acompañe en el trabajo, en los viajes, en la convivencia familiar, en las reuniones de amigos.
La variedad es abrumadora, pero cada uno tenemos nuestras preferencias. En mi caso, como en muchos, el gusto surge de lo que se vive en casa y también con los amigos.
Mi madre era dada a cantar (y no lo hacía nada mal) mientras cosía o lavaba; sus ídolos fueron Toña La Negra y Javier Solís.
Un tío cercano tenía verdadera devoción por Lola Beltrán. Poseía un gran retrato colgado de la pared (como si fuera la Virgen de Guadalupe) y no se cansaba de escuchar sus canciones en aquellos negros y gruesos discos.
Con mis amigos, ya de adolescente y joven, escuché lo mismo Rock que Jazz, música clásica, tropical (después Salsa), folclórica, romántica y ranchera.
Sin entrar en detalles sobre mis gustos musicales, debo decir que perduran el de los Beatles, algunos clásicos como Bach, los boleros rancheros de Javier Solís y las canciones de José Alfredo Jiménez. Se han sumado Elena Burke y Lila Downs.
De ellos, voy a referirme al llamado “hijo del pueblo”, don José Alfredo, quien hoy cumpliría 94 años pues nació un 19 de enero de 1926. Todo un personaje en la historia de la música mexicana, sobre el cual se ha escrito mucho.
Destacan, entre otros, los textos de Carlos Monsiváis y de Elena Poniatowska, pero también llama la atención que sus canciones hayan sido objeto de análisis por parte de estudiantes universitarios en diversas partes del mundo. Su obra es considerada una aportación a la cultura popular.
La cantidad de creaciones es sobresaliente; los contenidos son de tal variedad y reflejan una sensibilidad hacia la condición humana, que son rápidamente adoptados por quien los escucha.
No podemos evitar reconocernos en temas vinculados a los pueblos, al amor, a la desdicha, a las relaciones de pareja, al dinero, a la justicia, a los vicios.
Supo interpelar e interactuar con el pueblo mexicano, compuso canciones “pa’ que el pueblo” se las cantara.
Escribió sobre su vida, sentimientos y anhelos. Gustó de la parranda, la bohemia y el calor de la gente. Alguna vez dijo que “la canción es el mejor medio para limpiarse el alma”.
Lo sea o no, se siguen escuchando por las nuevas generaciones. Hay José Alfredo para rato; ya nos perfilamos a su Centenario.
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