Borges conferencista

Ciudad de México /

“Tengo cerca de setenta años, he dedicado la mayor parte de mi vida a la literatura, y sólo puedo ofrecerles dudas”, expresó el autor argentino al hablar sobre poesía en la Universidad de Harvard en la década de los 60


Gil caminó sobre la duela de cedro blanco hacia su librero, encontró un libro, lo abrió y leyó: “Tengo cerca de setenta años. He dedicado la mayor parte de mi vida a la literatura, y sólo puedo ofrecerles dudas”. Así inició Borges un curso sobre poesía en la Universidad de Harvard —en los años 1967 y 1968—, esas pláticas se convertirían en el libro Arte poética. Seis conferencias (Editorial Crítica, Barcelona, 2001). Gil arroja algunos fragmentos a esta página del fondo.

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El hecho central de mi vida ha sido la existencia de las palabras y la posibilidad de entretejer y transformar esas palabras en poesía. Al principio, ciertamente, yo sólo era un lector. Pero pienso que la felicidad del lector es mayor que la del escritor, pues el lector no tiene por qué sentir preocupaciones ni angustia: sólo aspira a la felicidad. Y la felicidad, cuando eres lector, es frecuente.

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[...] si tengo que definir la poesía y no las tengo todas conmigo, si no me siento demasiado seguro, digo algo como: “poesía es la expresión de la belleza por medio de palabras artísticamente entretejidas”. Esta definición podría valer para un diccionario o para un libro de texto, pero a nosotros nos parece poco convincente. Hay algo mucho más importante: algo que nos animaría no sólo a seguir ensayando la poesía, sino a disfrutarla y a sentir que lo sabemos todo sobre ella. Esto significa que sabemos qué es la poesía. Lo sabemos tan bien que no podemos definirla con otras palabras, como somos incapaces de definir el sabor del café, el color rojo o amarillo o el significado de la ira, el amor, el odio, el amanecer, el atardecer o el amor por nuestro país. Estas cosas están tan arraigadas en nosotros que sólo pueden ser expresadas por esos símbolos comunes que compartimos. ¿Y por qué habríamos de necesitar más palabras?

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La lengua no es, como el diccionario nos sugiere, un invento de académicos y filólogos. Antes bien, ha sido desarrollada a través del tiempo, a través de mucho tiempo, por campesinos, pescadores, cazadores y caballeros. No surge de las bibliotecas, sino de los campos, del mar, de los ríos, de la noche, del alba.

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Las metáforas no exigen ser creídas. Lo que verdaderamente importa es que pensemos que responden a la emoción del escritor. Yo diría que con eso basta. Por ejemplo, cuando Lugones escribió que la puesta de sol era “un violento pavo real verde, delirado en oro”, no hay que preocuparse por el parecido —o, mejor, falta de parecido— entre el ocaso y un pavo real. Lo importante es que se nos ha hecho sentir que Lugones, impresionado por el ocaso, necesitó esa metáfora para transmitirnos sus sensaciones. Esto es lo que yo entiendo por convicción en poesía.

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Ahora pienso que el estilo artificioso es un error, porque es un signo de vanidad, y el lector lo considera un signo de vanidad. Si el lector piensa que tienes un defecto moral, no existe la más mínima razón para que te admire o te soporte.

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Creo que he alcanzado, si no cierta sabiduría, quizá cierto sentido común. Me considero un escritor. ¿Qué significa para mí ser escritor? Significa simplemente ser fiel a mi imaginación.

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Cuando escribo algo, procuro no comprenderlo. No creo que la inteligencia tenga demasiada relación con el trabajo del escritor. Pienso que uno de los pecados de la literatura moderna es que tiene demasiada conciencia de sí misma. […] Cuando escribo (pero quizá yo no sea un buen ejemplo, sino sólo una terrible advertencia), intento olvidarlo todo sobre mí. Me olvido de mis circunstancias personales. No intento, como alguna vez lo intenté, ser un “escritor suramericano”. Sólo intento transmitir el sueño. Y si el sueño es confuso (en mi caso, suele serlo), no intento embellecerlo, ni siquiera comprenderlo. Quizá haya hecho bien, pues cada vez que leo un artículo sobre mí —y, no sé por qué, parece haber muchísima gente dedicándose precisamente a eso—, generalmente quedo sorprendido y muy agradecido por los profundos significados que descifran en esos más bien azarosos apuntes míos. Evidentemente, les estoy agradecido, pues considero la literatura como una especie de colaboración. Es decir, el lector contribuye a la obra, enriquece el libro.

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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos, mientras el mesero se acerca con la charola que sostiene el Glenfiddich, Gamés pondrá a circular las frases de Gottfried Benn por el mantel tan blanco: “El poema ya está terminado; sólo que el poeta aún no conoce el texto”.

  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
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