Gil cerraba la semana metido en la lectura del portal Le Grand Continent e hincándole el diente a una entrevista con Olivier Bouquet, profesor de historia moderna en la Universidad de París y autor del libro ¿Por qué el imperio otomano? Bouquet habla de la Turquía contemporánea, las elecciones presidenciales y la personalidad del presidente populista Recep Tayyip Erdogan. Gil arroja algunas tabletas a esta página del fondo.
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Erdogan cita constantemente a Necip Fazıl Kısakürek, que es uno de los principales ideólogos del siglo XX en lo que respecta a la síntesis islamo-nacionalista. Es una referencia esencial para él, su maestro de pensamiento, de rechazo de Occidente y de síntesis entre nacionalismo e islamismo.
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Si Putin es el historiador jefe de Rusia, yo diría que Erdogan debe ser visto como el «encantador jefe» de la Turquía contemporánea: en su concepción, la poesía es la mejor manera de articular la política y el imaginario islámico.
A menudo cita a Mevlana (o Djalâl ad-Dîn Rûmî para los persas), se refiere a Yunus Emre o a Dede Korkut, que son grandes nombres de la literatura no sólo otomana y turca, sino también musulmana, para apoyar su narrativa antioccidental en el imaginario de las cofradías sufíes.
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En Turquía existe una política universitaria totalmente favorable al régimen, desarrollada a raíz del fallido golpe de Estado de julio de 2016. Esto se ha traducido en la abolición de varias universidades, el despido de académicos y su sustitución por historiadores cercanos al gobierno. Por ejemplo, a partir de agosto de 2016, cuando el ejército turco intervino en territorio sirio, los historiadores se movilizaron para poner de relieve el pasado otomano de Siria. Por ejemplo, escribieron libros sobre el mausoleo de Suleiman Shah en Siria, donde se dice que está enterrado el abuelo del fundador de la dinastía otomana. Todo ello movilizando a organismos estatales como la TIKA, que se ocupa de la organización cultural. Además, los historiadores utilizan los archivos otomanos para trabajar y presentar una historia del África septentrional y subsahariana en la que los occidentales —los europeos occidentales— son calificados de colonialistas.
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A menudo se designa a los europeos, especialmente en el discurso del AKP, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, como aquellos que obstaculizan el desarrollo del país.
Hay que recordar que en 2004, cuando Erdogan era primer ministro, comenzaron las negociaciones oficiales para la eventual integración de Turquía en la Unión Europea. Esta relación con Europa está marcada por los grandes esfuerzos realizados por el AKP a partir de 2002 para hacer avanzar a Turquía en el ámbito del reconocimiento de los derechos humanos, la reducción de la tortura en las cárceles e incluso, en los primeros años, el reconocimiento de los derechos del pueblo kurdo. Todo ello con el objetivo de ingresar en la Unión. La relación con Europa está, pues, ligada a esta historia reciente, que comenzó en 1963 con la firma del Tratado de Ankara.
Sin embargo, lo que no se subraya —porque no conviene a los fines electorales— y no encaja con los objetivos populistas es de que el primer socio comercial y político principal de Turquía es ahora Europa. La unión aduanera de 1995 es absolutamente central. Si se pusiera en entredicho, habría una crisis para ambas partes: sería absolutamente dramático para una economía turca que ya va muy mal.
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¿Tendrían los adversarios de Erdogan una relación diferente con Europa si llegaran al poder? No hay que creer que una vez que Erdogan se haya ido, la política de Turquía hacia sus socios o hacia su población vaya a cambiar por completo. El gobierno turco se opone desde hace décadas a cualquier reconocimiento de los derechos de los kurdos. La cuestión armenia, la situación en el Cáucaso o la relación con la OTAN no están a punto de resolverse.
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Lo que ocurrirá en las próximas semanas sigue siendo imprevisible. Lo que cabe imaginar es que una coalición en Turquía podría restablecer efectivamente los derechos parlamentarios, los derechos humanos y la economía. Esto dependerá también de la capacidad de Europa para poner estas cuestiones sobre la mesa desde el principio el 29 de mayo, al día siguiente de la segunda vuelta. Sin embargo, no hay garantías de que volvamos al mundo de antes.
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Como todos los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que sostiene el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular la máxima de Lord Byron por el mantel tan blanco: “El mejor profeta del futuro es el pasado”.