Gil cerraba la semana con el tambor en silencio. Así caminó sobre la duela de cedro blanco hasta llegar a la muy famosa mesa de novedades. En lo alto de la torre brillaba un libro: Gabriel García Márquez (1927-2014), Mario Vargas Llosa (1936): Dos soledades (Alfaguara, 2021). Estas páginas traen el amuleto del pasado y la curiosidad de las reliquias, se trata de una conversación perdida entre estos dos grandes escritores cuando eran jóvenes, ocurrió en el año de 1969 en Lima, Perú, cuando el boom latinoamericano los arrastraba al éxito a ellos y a otros escritores de primera línea, cuando había más preguntas que respuestas (hoy tenemos más respuestas que preguntas). El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez prologa este diálogo en el que dice “hay más lecciones valiosas sobre el oficio del novelista que en cualquier facultad de literatura”. Gilga arroja unas tabletas efervescentes a esta página del fondo.
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Vargas Llosa:
A los escritores les ocurre algo que –me parece– no les ocurre jamás a los ingenieros ni a los arquitectos. Muchas veces la gente se pregunta ¿para qué sirven? La gente sabe para qué sirve un arquitecto, para qué sirve un ingeniero, para qué sirve un médico, pero cuando se trata de un escritor, la gente tiene dudas. Incluso la gente que sabe que sirve para algo, no sabe para qué.
García Márquez:
Yo tengo la impresión de que empecé a ser escritor cuando me di cuenta de que no servía para nada (…) Al principio me gustaba escribir porque me publicaban la cosas y descubrí lo que después he declarado varias veces y que tiene mucho de cierto: escribo para que mis amigos me quieran más.
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Vargas Llosa:
Al hablar de la soledad yo recordaba que es un tema constante en todos tus libros; incluso el último se llama Cien años de soledad, y es curioso, porque tus libros siempre están muy poblados o son muy populosos, están llenos de gente; sin embargo, son libros cuya materia profunda es, en cierto modo la soledad.
García Márquez:
Voy a dar una vuelta antes de llegar a la respuesta. En realidad, no conozco a nadie que en cierta medida no se sienta solo. Ese es el significado de la soledad que a mí me interesa. Temo que esto sea metafísico y que sea reaccionario y que parezca todo lo contrario de lo que yo soy, de lo que yo quiero ser en realidad, pero creo que el hombre está completamente solo.
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Vargas Llosa:
Pero antes de escribir tú has hecho muchas cosas, ¿no? Al principio no podías convertir la literatura en una actividad excluyente e hiciste periodismo sobre todo (…) ¿Tú crees que estas actividades paralelas dificultaban el ejercicio de tu vocación, o más bien la ayudaban, la estimulaban y aportaban experiencia?
García Márquez:
Mira, durante mucho tiempo creí que la ayudaban, pero en realidad todo dificulta al escritor, toda actividad secundaria. Lo que uno quiere es ser escritor y todo lo demás le estorba y lo amarga mucho tener que hacerlo, tener que hacer otras cosas. Yo no estoy de acuerdo con lo que se decía antes. Que el escritor tenía que pasar por trabajos y estar en la miseria para ser mejor escritor. Yo creo de veras que el escritor escribe mucho mejor si tiene sus problemas domésticos y económicos perfectamente resueltos, y que mientras mejor salud tenga y mejor estén sus hijos y mejor esté su mujer, dentro de los niveles modestos en que nos podemos mover los escritores, siempre escribirán mejor. No es cierto que las malas situaciones económicas ayuden porque el escritor lo que quiere es escribir y lo mejor para escribir es tener todo eso resuelto.
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“En realidad, no conozco a nadie que en cierta medida no se sienta solo”, escribió el colombiano
Como todos los viernes de pandemia, Gil toma la copa consigo mismo. Mientras una modesta catarata ámbar cae en un vaso corto con dos rocas, Gil lee en voz alta estas frases de García Márquez: “Con el ejemplo de Julio Cortázar, nosotros creemos que la dignidad del escritor no puede aceptar subvenciones para escribir, y que toda subvención de alguna manera compromete”. _
Gil s’en va
Gil Gamés
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