Haute cuisine mexica: un menú

Ciudad de México /

Gil busca un amigo verdadero que lo ayude y compre al menos unos 17 mil ejemplares de alguno de sus libros para regalarlos a políticos y políticas, legisladoras y legisladores. Esta idea la cayó del cielo a Gil cuando vio la forma en que Adán Asugusto (no es errata) López Hernández convirtió en un best seller la nueva obra del ex presidente Liópez: Grandeza. ¿Quién se apunta? Gamés espera y no desespera, paciencia.

Gilga empotra aquí una cita que leyó en un artículo de Raúl Trejo Delarbre; escribe Liópez, o uno de sus ghost writers: “La intención es pues, refutar la historia inventada o tendenciosa basada, entre otras aberraciones, en atribuir a los pueblos indígenas de la Antigüedad supuestas prácticas de sacrificios humanos, el canibalismo y otros procederes de este tipo y, por el contrario, con pruebas y argumentos, dar a conocer y exaltar la grandeza de las espléndidas civilizaciones mesoamericanas que han mantenido a México como una potencia cultural en el mundo”. Trascendió que después de leer este párrafo hubo desmayos, mandíbulas caídas, exclamaciones y “otros procederes” de admiración.

No todos saben, salvo Liópez y sus asesores, que México fue campeón del mundo en juego de pelota: la final contra Brasil fue de alarido. En tercer lugar quedaron los Incas. Qué campeonato aquél, para la historia, caray.

Muslo de guerrero tlaxcalteca

a la albañil

Gil buscó en el número de la revista Arqueología (mayo-junio-2023, número 180) y leyó el ensayo “Evidencias de antropofagia en el registro mortuorio mesoamericano” de Vera Trieslar y Judith Ruiz González. Aunque algunos antropólogos tienden a afirmar que muchas civilizaciones en el mundo y en distintas eras fueron caníbales, sus evidencias desmienten las barbaridades de Liópez, quien niega estos “procederes”. Lean esto si no:

“Los depósitos humanos con evidencias de haberse consumido culturalmente (sic) suelen ubicarse en espacios liminales de abrigos y cuevas, en basureros, y rellenos rituales; los vestigios se concentran en los grandes centros tardíos como Teopanzolco, Cholula o Tenochtitlan. Según el estado del conocimiento actual, las primeras evidencias contundentes de depósitos canibalizados se remontan al Preclásico Tardío, (Tlatelolco, Ciudad de México), siguen durante el Clásico hay aumentan hacia el Postclásico.

Brazos encebollados y penes

en su tinta

Escriben Trieslar y Ruiz: “El registro de las marcas culturales en restos humanos se obtiene tras el sistemático y minucioso examen de las características de cada segmento óseo seguido por la cuantificación por regiones anatómicas. El despellejamiento de musculatura y tendones deja incisiones finas que se alinean a lo largo de la diáfisis. Al usarse herramientas líticas con filos semiadentados (de obsidiana y pedernal), los cortes suelen observarse como surcos múltiples de dos a tres líneas paralelas.

Consomé caramelizado

de partes blandas y tuétano

Treisler y Ruiz: “Indicios más específicos, sugerentes de cocción e ingesta de partes blandas, remiten al ‘pulimiento de la olla’ por el rozamiento de los bordes óseos con la superficie de barro. Hueso esponjoso aplastado o perforado desvela la extracción del tuétano, para lo cual podrían servir platillos”.

A Liópez le ha faltado un capítulo en su libro (de algún modo hay que llamarle) sobre los refinados carniceros que fueron los mexicas, los mayas y muchos más.

Querida, me comí a los niños

El ensayo de Osvaldo Chinchilla Mazariegos de la misma revista que ha leído Gilga, no tiene desperdicio: “Un tema que aparece reiteradamente en las narraciones mayas, que está ausente en los mitos nahuas del siglo XVI, es la práctica del canibalismo, que se le atribuye a los habitantes de eras anteriores. Esa costumbre abominable explica su destrucción. Una de las versiones más elaboradas fue recopilada por Rainer Hostnig y Luisa Vásquez en el pueblo mam de la Palestina de los Altos Quetzaltenango. El narrador Braulio Pérez, cuenta como los habitantes de la primera edad se comían a sus hijos. Esperaban que crecieran un poco y entonces los mandaban a buscar leña. Ponían un apaste de fuego, allí los colgaban, les cortaban el cuello y los cocinaban. Sólo dejaban a un niño y una niña, los demás dice el narrador, eran para carne”.

Todo es muy raro, caracho, como diría Gil: “los mexicas eran gourmets”. 

Gil s’en va


  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
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