La fría mañana de septiembre en que el Presidente pronunció su última conferencia mañanera llevaba puesto un grueso abrigo negro de grandes botones combinado con un pantalón azul. Le cuidan mucho las gripas.
Si la lectora y el lector creyeron que Gil se perdería la última mañanera de Liópez, se equivocaron. Ahí estaba Gamés, al pie del cañón, frente a la televisión. Liópez andaba desatado, mostró láminas donde se demuestra con absoluta veracidad; sí, absoluta veracidad, que su gobierno ha tenido resultados asombrosos. De botón, una muestra: los secuestros han disminuido de forma milagrosa, en consecuencia la inseguridad va a la baja, recuerden la frase histórica de Liópez: “hay más homicidios dolosos, pero menos violencia”; ¡ah! el huachicol prácticamente desapareció. Desde luego utilizó varias veces la palabra mafia, no para referirse al crimen organizado sino a sus críticos.
El Presidente se notaba emocionado. El salón de la Tesorería de Palacio Nacional estaba lleno, sólo faltaron las matracas. Como se decía antes: llegado el momento, Liópez dijo algo así como que lo prometido es deuda: “se van a rayar. Vamos a rifar mi reloj, como quedamos”. Hubo ayes de alegría y ohes de conmoción.
Jesús Ramírez Cuevas tomó el micrófono y dijo, envuelto en la bandera de la solemnidad, que las mañaneras habían sido una “revolución de las conciencias”. Pusieron una pecera sobre una mesa y dentro, escritos en cuadros doblados de papel los nombres de los que quisieron participar, 86 papelitos. El primer número se haría acreedor al reloj del Presidente, el tiempo puesto en la muñeca del señor. Un periodista de Baja California se acercó a tropezones y abrazó al Presidente, luego besó el reloj como si fuera una reliquia.
Miel de izquierda
Los ensayistas y conocedores del populismo se detienen poco, casi nada, en una de sus principales características: la cursilería, la afectación de las maneras, fase superior del culto la personalidad, una presentación más brusca de eso que llaman amor, diría el clásico.
Jesús Ramírez le dio tremenda sorpresa al Presidente y público en general: un video en el cual un grupo de seguidores de Liópez y artistas (but of course, diría uno de los santones del grupo) interpretan una canción de amor escrita en un rapto de inspiración por Pedro Miguel; ah, sí señor, don Miguel también compone canciones, no nada más le escribe los libros a Liópez. Y entre todos los jilgueros sobresalían Eugenia León y Beatriz Gutiérrez Müller. En las imágenes, Liópez aparece como líder moral, comandante, fraile, santo, mago, mandatario. La canción es inenarrable, un frasco de miel de izquierda que usted la oye y penetra como un gusano a su cerebro.
Un quiebre
Un paneo de la cámara atravesó el estrado y tomó el rostro presidencial compungido, uno de los muchos presidentes que aparecían en pantalla. Liópez a granel. Y a Gil le dio un vuelco el corazón: Liópez con los ojos arrasados. Cómo usted lo lee, Gilga no sabe mentir: lágrimas de agradecimiento, que son las más verdaderas, ni el llanto de amor se acerca tanto a la verdad del agua salada de los lagrimales que provoca el pueblo bueno. Imagine usted qué tan grande será el corazón de este hombre que llora conmovido. Gil no veía algo así desde López Portillo.
Con música de “La Paloma”, o algo así: “Luchando por justicia y no por dinero (…) quisieron los mafiosos desaforarlo / y el pueblo hizo cuanto pudo para salvarlo /hombres que le robaron la presidencia /pero valió la pena la persistencia / la tercera elección fue una revolución / con treinta millones de votos, Andrés ganó”. ¿Lo ven? El gusano ha entrado en la cabeza de Gil con los ripios de Pedro Miguel, como para matarse.
No se vayan, no hemos terminado. La secretaria de Gobernación y virtual dirigente de Morena, al mismo tiempo, Luisa María Alcalde, lloraba mientras el grupo Mono Blanco de sones jarochos se reventaba unas coplas.
Bonjour tristesse. Se nos va, Luisa María, se nos va. Y como acá lo que hace la mano hace la tras, Alejandra Frausto, secretaria de Cultura y de Nada, a llorar. Total: otra despedida. Nos falta la salida del Palacio, el adiós, y ahí seguimos. Este es el informe de Gilga de la última mañanera.
Todo es muy raro, caracho, como diría el gran José Alfredo en “No me amenaces”: “Porque estás que te vas / y te vas, y te vas, y te vas, / y no te has ido”.
Gil s’en va