Gil oía diversas rolas cósmicas de la grandísima Tina Turner y sus piernas diseñadas por Satanás. Y que se reinventa en el amplísimo estudio “The Best” deslizándose sobre la duela blanca. Gil, gran bailarín. Y ya entrado en gastos, venga “What’s Love Got to Do With it”. Ah, los años ochentas. En esas estaba Gamés cuando reconoció que la realidad es la enemiga mortal de la dicha.
Por cierto, la realidad es una cosa con patas que al presidente Liópez le molesta que ocurra. La prensa ha cubierto y descubierto el espionaje del cual ha sido víctima Alejandro Encinas, subsecretario de gobernación, derechos humanos y migración. Pegasus y el Ejército, quién más. The New York Times, por ejemplo, afirma que el celular de Encinas fue infectado mientras investigaba abusos del ejército.
Pero el Presidente ha dicho que el Ejército no tiene nada que ver en el asunto y que ya le dijo a Encinas que no se preocupe. Gil se mordió el nudillo del dedo índice. De no creerse. Alguien viste una camisa azul: tu camisa azul está bonita, ¿Cuál camisa azul, yo no traigo camisa azul? Desayuno unos huevos estrellados; no, aquí no hay huevos, ni estrellados ni revueltos, ni de los otros. Hay una palabra de moda para definir esta actitud: gaslighting, patrón de abuso emocional en el que la víctima suele ser manipulada para que llegue a dudar de su propia percepción, juicio o memoria. No, el Ejército no espía, nosotros no somos iguales.
Pegasus
El Times: “Durante mucho tiempo, México ha estado plagado de escándalos de espionaje. Pero este es el primer caso confirmado en que un integrante del alto rango del gobierno y cercano al Presidente ha sido vigilado por Pegasus en los más de diez años en los cuales la herramienta de espionaje se ha empleado en el país”.
Gil les dice: no sé de dónde han sacado esta información porque el Ejército no espía a nadie, los conservadores traen una campaña en contra de la transformación de México.
El Times insiste: “Los ataques a Encinas, que no habían sido reportados antes, socavan gravemente la promesa del presidente López Obrador, quien dijo que pondría fin a las prácticas de espionaje que ha calificado de ilegales, ocurridas en el pasado. Y cuando ni siquiera los aliados del Presidente parecen estar a salvo, los ataques también son un indicio claro del despreocupado uso de la vigilancia en México”.
¿Encinas? ¿Quién es Encinas?, diría el presidente hasta que Jesús Ramírez Cuevas lo sacó de la duda: el subsecretario de Gobernación. ¡Ah!, Alejandro, contestaría el Presidente: a él nadie lo espía, y si lo espían, que no se preocupe.
Alguien diría que gaslighting ni que ocho cuartos: mentiroso, y de los grandes; tramposo, autoritario. Pero Gil no quiere emplear estas palabras que tanto daño hacen a la figura presidencial. No las usará, definitivo.
La nota del Times: “La licencia de Pegasus está permitida sólo a las agencias de gobierno, y aunque no hay pruebas definitivas sobre cuál es la que realizó el hackeo a Encinas, el Ejército es la única entidad en México que tiene acceso al programa espía”. Y termina la nota más o menos en estos términos: “hace varios años se empleó Pegasus en contra de algunos periodistas y defensores de la democracia más destacados de México, lo que desató un escándalo internacional que marcó al sexenio pasado”.
¿Y Peña?
El sexenio de Peña Nieto ha sido funesto por muchas razones, pero es intocable en este gobierno. Liópez ha dado órdenes: nadie toca a Peña. Gil no lo oyó, pero lo infiere por todo cuanto ha ocurrido en los últimos años. Y Peña elegantísimo, baile y baile. Algunas revistas lo han devuelto al mundo gráfico con novias, un departamento más o menos lujoso, mju, en Madrid, nueva nacionalidad y si los vi ni me acuerdo. Gil caminó sobre la duela de cedro blanco y meditó: el gran irresponsable histórico de este tiempo: Peña. A ver, corrijan a Gamés: recuerdan una sola caricatura de los moneros de su periódico La Jornada en contra de Peña durante este gobierno. La verdad aquí hay gatos encerrados, Gil se refiere a los cartonistas orgánicos del gobierno.
Todo es muy raro, caracho, como diría Goethe: “No hay nada más espantoso que una ignorancia activa”.