Gil cerraba la semana leyendo su periódico colombiano El Tiempo y una entrevista a la escritora y activista Ayaan Hirsi Ali (Mogadiscio, Somalia, 1969). Ella exige una profunda reforma del islam, religión en la que fue educada. Hirsi Ali lucha hoy contra la mutilación genital femenina —práctica que ella misma sufrió— a través de su fundación, The AHA Foundation. Investigadora en la Universidad de Stanford, su condición de atea tuvo bastante que ver con su entrada en la lista de objetivos de Al Qaeda. Acaba de publicar Presa: la inmigración, el islam y la erosión de los derechos de la mujer (Debate, 2023). Gil ofrece algunas tabletas de esa entrevista.
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El Corán nunca se ha adaptado a los nuevos tiempos y no se ha cuestionado en ningún momento la posición del profeta como guía moral absoluto. Pero tengamos en cuenta una cosa: cuando Mahoma funda su religión en La Meca, en el siglo VII, se pasa una década predicando de manera pacífica el islam y pidiendo a los árabes del lugar que abandonasen a sus distintos dioses y se uniesen a él.
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De esa manera solo consiguió que 150 personas le siguieran. Se fue a otra ciudad de lo que hoy llamamos Arabia Saudí, a Medina, y creó una milicia. Con su ayuda, empezó a obligar a la gente a abandonar sus creencias y a unirse a su religión. El resto es historia. Desde entonces, la idea de propagar el islam a través del uso de la fuerza ha estado con nosotros, y ese papel no ha cambiado.
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De hecho, hay consenso entre la mayoría de los estudiosos del islam —aquellos que son musulmanes y lo estudian desde dentro, no los que lo hacen desde fuera— sobre que el legado de Medina se impone al de La Meca. Es decir, lo anula. Teniendo en cuenta esa realidad, el islam no es una religión de paz, sino de conquista. Además, no solo tiene un sistema de creencias relacionado con Dios y la vida después de la muerte, sino que también es una doctrina política. Es una guía que versa sobre cómo llegar al poder y aferrarse a él, en gran medida por la vía militar.
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Hay una gran diversidad cuando se habla de los musulmanes, es decir, las personas que profesan el islam. Precisamente por eso, en Reformemos el islam los dividía en tres grupos bien diferenciados. El primero es el de aquellos que se adhieren e invocan al profeta durante su periodo en La Meca, y aquí encontramos a la mayoría de los musulmanes: son pacíficos, no quieren guerras ni expandir el islam; solo quieren profesar su fe.
Estas personas condenan la violencia cometida en nombre del islam y citan al profeta para hablar de paz, pero solo hacen referencia a su periodo en La Meca. La segunda categoría la forman los musulmanes de Medina, quienes forman parte de lo que hoy llamaríamos Al Qaeda, los talibanes, Isis, etc.
Creen fervientemente en la dimensión política del islam y piensan que la única manera de ser buenos musulmanes es a través de la yihad contra otros musulmanes y contra los infieles. Estas personas argumentan que lo que Mahoma y el Corán les piden que hagan está reflejado exclusivamente en las escrituras sobre violencia política de la etapa en Medina del profeta.
Estos son los que chocan con los valores políticos europeos. Por último, hay un pequeño tercer grupo que acepta el lado pacífico del islam, pero también reconoce su parte violenta y sostiene que debería modificarse para que la religión sea más moderna y tolerante. A esta categoría la bauticé como los reformistas.
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Si hiciéramos un estudio comparativo de todas las religiones y las actitudes religiosas hacia las mujeres en 2021, diría que el islam es la más misógina. El cristianismo o el judaísmo han evolucionado. Incluso el budismo o el hinduismo se han abierto a los derechos humanos en general y a los de las mujeres en particular: aunque no sea al mismo nivel que la civilización judeocristiana, sí que se han incluido mejor que en el islam. Pero es que el problema no está solo en las actitudes religiosas de la gente ni en la comunidad religiosa en sí: gran parte de la misoginia del islam está consagrada dentro de la ley.
Tenemos países como Arabia Saudí, Irán, Indonesia, Pakistán o incluso Nigeria, que no es 100 por ciento musulmana, en los que la misoginia y la subyugación de las mujeres forman parte de sus leyes.
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que soporta el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular las frases de Schopenhauer sobre el mantel tan blanco: “las religiones, como las luciérnagas, necesitan de oscuridad para brillar”.
Gil s’en va