Robert Lowell

Ciudad de México /

La pesca de la FIL de Guadalajara da todavía para algunos peces en el fuego: Elizabeth Bishop, dos gruesos tomos, uno de Prosa, otro de Poesía (Vaso Roto, 2016 y 2022). Estos libros llevaron a Gil a otros dos gruesos tomos de Acantilado: The Paris Review, y en especial a una entrevista con Robert Lowel del año de 1962, amigo de esa otra neuroticaza: Bishop. De esa entrevista a Lowell, Gil le trae unos subrayados. Venga.

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Casi todos los poetas de mi generación, y sin duda todos los mejores, dan clases. Sólo conozco a una persona que no lo hace: Elizabeth Bishop. Los demás lo hacemos para ganarnos la vida, pero también porque no es posible escribir poesía todo el tiempo, de modo que enseñar te mantiene ocupado, y sin duda eso es beneficioso. La cuestión es si hay cosas más beneficiosas. Ciertamente, el peligro de la docencia es que no es del todo ajena a tu actividad, es próxima y lejana al mismo tiempo. Puedes ser un profesor experto y un escritor tosco. La revisión, la conciencia que manipula el poema, no es ajena a la enseñanza ni a la crítica, pero el impulso que origina el poema y la da contenido no tiene nada que ver con la docencia.

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(…) oscilo constantemente entre el rigor métrico y el verso libre. No hay una sola forma de escribir, pero me parece que hemos entrado en una especie de era alejandrina. Los poetas de mi generación, pero sobre todo los más jóvenes, se han hecho expertos en estas formas. Son capaces de escribir un poema de gran musicalidad y sumamente complicado con tremenda habilidad, quizá nunca haya existido tanta habilidad técnica en poesía. No obstante, de alguna forma la literatura parece divorciada de la cultura, se ha vuelto demasiado especializada, incapaz de expresar buena parte de la experiencia. Se ha vuelto un oficio, un puro oficio, y tiene que haber alguna manera de reconciliarla con la vida.

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Cuesta mucho pensar en un joven poeta que tenga la vitalidad de un Salinger o de un Saul Bellow. Y sin embargo, la prosa tiende a ser muy difusa. La novela es una forma mucho más difícil de dominar de lo que parece, pocos tienen el aliento necesario para escribir algo tan largo. En cuanto al cuento, exige una perfección casi equivalente a la de un poema. Pero en general la prosa está menos aislada de la vida que la poesía. Es cierto que parte de la poesía alejandrina a la que me refiero es muy brillante, no le cambiaría ni una coma, pero a mí en particular me estaba resultando cada vez más sofocante. No podía encajar mi experiencia en esas formas métricas rígidas.

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Hay bastante gente culpable de escribir poemas complicados, muy simbólicos y herméticos, que resultan maravillosos para dar clases pero que tras analizarlos te da la sensación de que la inteligencia, la experiencia, todo lo que supone escribir algo así, es puramente superficial. En cambio, “El hombre-polilla” de Elizabeth Bishop nos descubre todo un mundo nuevo y no sabes qué va a venir después de cada verso; es una exploración, y es tan original como Kafka. La autora ha creado un mundo, no sólo una manera de escribir. Casi nunca escribe un poema que no tenga esa naturaleza de exploración; y sin embargo todo está muy trabajado, no como en la poesía beat, está todo milimetrado.

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Creo que cuando desplazamos versos de un lugar a otro inevitablemente creamos incógnitas que no acabamos de resolver. Algo que estaba claro en el original simplemente resulta extraño e inexplicable en el poema final. Esto puede ser bastante negativo, por supuesto, pero siempre son mejores —y creo que Chéjov habla de ello—, los detalles que no puedes explicar. Simplemente están ahí. Te parecen adecua-dos, pero no los necesitas; podrías haber puesto algo completamente distinto. Cierto, si todo fuera así tendrías entre manos un caos, pero unos cuantos elementos difíciles sin explicar —que parecen ser la savia misma de la variedad sí pueden funcionar. Lo que en el poema original quizá resultara un poco extraño, un poco difícil, lo es aun más, aunque de otro modo, en el nuevo poema. Es puramente accidental, y sin embargo puedes ganar más de lo que pierdes; una mayor reflexión y cierta magia.

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Como todos los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Gilga acusa fatiga de metal, razón por la cual tomará un par de inmerecidas semanas de vacaciones. No se pierda el regreso de Gil el 5 de enero del 2026. Péguenle al aguinaldo.

Gil s’en va


  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
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