“Tengo la sensación de no haber tenido en mi vida un solo momento tranquilo, a menos de que cuente lo que provoca un Nembutal de vez en cuando”, declaró el escritor estadunidense en una entrevista con The Paris Review. Oigan y lean
Gil cerraba la semana con fatiga de metal, agotado y sin esperanza. Pero encontró estas declaraciones de Truman Capote en una entrevista de la revista The Paris Review. Oigan y lean:
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¿Que si me animó alguien a escribir? ¡Santo cielo! la respuesta es un nido de serpientes lleno de noes y un poco de síes. No toda mi infancia, pero sí una buena parte, la pasé en rincones del país donde las personas que me rodeaban no tenían el menor interés por la cultura. Viéndolo en retrospectiva, posiblemente no fue una mala cosa: me enseñó, quizá demasiado pronto, a nadar contracorriente; y, de hecho, desarrollé en ciertos aspectos los músculos de una auténtica barracuda, especialmente en el arte de tratar con los enemigos, arte no menos necesario que saber apreciar a los amigos.
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Tengo la sensación de no haber tenido en mi vida un solo momento tranquilo, a menos de que cuente lo que provoca un Nembutal de vez en cuando. Aunque acabo de recordar que pasé dos años es una casa muy romántica en la cima de una montaña en Sicilia, y supongo que podría decir que ese periodo fue tranquilo. Allí escribí El arpa de la hierba. Debo admitir, sin embargo, que una pizca de ansiedad, tener que cumplirla a plazos, me sienta bien.
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Leo demasiado, y de todo, etiquetas, recetas y anuncios incluidos. Me apasionan los periódicos; leo todos los diarios de Nueva York cada día, y las ediciones de los domingos, y varias revistas extranjeras. Leo como media cinco libros a la semana; tardo unas dos horas en leer una novela de una extensión normal. Me encanta la novela negra y me gustaría escribir una algún día. Aunque prefiero la ficción de primera categoría, en los últimos años he leído muchas cartas, diarios y biografías. No me molesta leer mientras estoy escribiendo; quiero decir que no temo que el estilo de otro escritor interfiera en el mío. Aunque una vez, durante una larga temporada en que leía a James, mis propias frases se volvieron terriblemente largas.
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Soy un escritor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté tumbado, ya sea en la cama o en un sofá con un cigarrillo y un café a mano. Tengo que estar dando caladas y sorbiendo. A medida que avanza la tarde, paso del café al té verde y de ahí al jerez y los martinis. Nunca utilizo máquina de escribir cuando empiezo, escribo la primera versión a mano (a lápiz).
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No creo que se llegue al estilo de manera consciente, lo mismo que no se controla el color de los ojos. Después de todo, tu estilo eres tú. Al final, la personalidad de cada escritor tiene mucho que ver con su obra. Humanamente, la personalidad tiene que estar ahí. Personalidad es una palabra desprestigiada, ya lo sé, pero digo lo que siento. La humanidad individual del escritor, su palabra o actitud ante el mundo, tiene que aparecer casi como un personaje que entra en contacto con el lector. Si la personalidad es difusa o confusa o meramente literaria, ça ne va pas. Faulkner, McCullers proyectan su personalidad de forma inmediata.
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[…] Una vez que has publicado lo que tienes entre manos, lo único que quieres leer o escuchar son alabanzas. Lo que no sea eso es un aburrimiento, y estoy dispuesto a darle cincuenta dólares a un escritor que pueda decir con sinceridad que las remilgadas reseñas y la condescendencia de los críticos le ayudaron en algo. […] En este sentido puedo dar un consejo importante: no hay que molestarse jamás en responder a un crítico, jamás.
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Como todos los viernes de pandemia, Gil toma la copa con dos o tres amigos verdaderos. Mientras una modesta cascada fluye sobre un vaso corto con dos rocas heladas, Gil repetirá las frases de Ortega y Gasset: “La lealtad puede decirse que es el camino más corto entre dos corazones”.
Gil s’en va
Gil Gamés
gil.games@milenio.com